La educadora social e ‘instagramer’ reivindica la importancia del papel de los adultos en el acompañamiento a la etapa
CRISTINA BISBAL DELGADO
Con casi 67.000 seguidores en su perfil de Instagram, Sara Desirée Ruiz (Granollers, Barcelona, 1979) se ha convertido en un referente en la educación de adolescentes. Lleva más de 20 años trabajando con ellos como educadora social, diseñando y gestionando proyectos socioeducativos destinados a “las adolescentes”, como a ella le gusta denominarlas, en femenino, referido a las “personas adolescentes”, en búsqueda de un lenguaje más inclusivo. Acaba de publicar El día que mi hija me llamó zorra(Editorial Almuzara, 2022), una guía práctica y muy valiosa para padres, no solo de jóvenes, sino de niños de cualquier edad: “Recomiendo su lectura hacia los ocho o nueve años para ir junto a ellas en su transición hacia la vida adulta con la mayor información posible”. Con tres ediciones y más de 5.000 ejemplares vendidos en tres meses, parece que su mensaje está calando.
PREGUNTA. El día que mi hija me llamó zorra. Deprimente título, así para empezar…
RESPUESTA. Real como la vida misma. Una de las situaciones a las que nos enfrentamos las familias habitualmente durante la adolescencia son las faltas de respeto. El primer capítulo del libro se titula A mí no me va a pasar, porque una de las actitudes que he observado más frecuentemente en los más de 20 años que llevo acompañando la adolescencia es la negación. Nos cuesta imaginarnos que eso pueda ocurrir en casa. Lejos de deprimir, la idea del título, y de todo el libro, es tomar consciencia de lo importante que es prepararse para la etapa, saber qué necesitan las personas adolescentes, cómo lo necesitan y cómo cuidarnos también para que todas las circunstancias y conductas adolescentes que nos van a poner a prueba no nos dejen fuera de juego. Si entendemos lo que les pasa en esta etapa y sabemos cómo acompañarlas para que vayan desarrollando todo lo que necesitan desarrollar, la convivencia será más agradable y las ayudaremos a proteger, lo que les va a permitir relacionarse mejor y ser autónomas en su vida adulta.
P. Los padres de adolescentes, ¿tienen que esperar que algún día sus hijos les llamen “zorra” o les digan (o piensen) que les odian?
R. Tenemos que esperar que nos desafíen en algún momento. Que detecten, analicen y verbalicen nuestras incoherencias. Que reaccionen de forma impulsiva. Que nos repliquen y nos pidan explicaciones. Que verbalicen, que no se sienten comprendidas o que no confiamos en ellas. No necesariamente nos llamarán “zorra”, pero puede que nos miren con rabia, con indiferencia, puede que nos manden a la mierda, que nos digan que nos odian, que nos llamen pesadas, amargadas… Y mil ejemplos más, todos reales, que pueden darse cuando una persona adolescente siente intensamente.
P. Es un libro sobre adolescencia, pero, ¿hay que esperar a que los hijos sean adolescentes para leerlo?
R. Yo siempre digo que nunca es pronto para prepararse para la adolescencia y nunca es tarde para acompañarla. Es una etapa de la que conviene estar bien informadas porque es crucial para nuestro desarrollo respetar sus tareas evolutivas. Las personas adolescentes empiezan a priorizar otras cosas por mandato biológico, hacen cosas que nunca han hecho, dicen cosas que nunca han dicho, anteponen el ocio y las relaciones a las obligaciones… Todo esto suele desorientar a toda la familia y por eso es importante haberse informado con anterioridad.
P. ¿Es este uno de los grandes fallos de los padres de adolescentes que esperan a esa edad para estar preparados?
R. El principal error que cometemos es creer que no se necesita preparación para esta etapa. Durante la infancia, nos informamos de los diferentes procesos ligados al desarrollo. Buscamos las mejores estrategias para estimularlo, nos esforzamos. Al llegar la adolescencia existe la creencia popular de que ya no se necesita hacer nada para estimular su desarrollo. Relajarse en esta etapa puede llevarnos a desconectar de sus necesidades e interpretar sus conductas de forma equivocada. Como consecuencia de esa desconexión, en lugar de conseguir la calma deseada aparecen el miedo, la preocupación y la tensión. Ahí se empieza a interferir en las tareas biológicas que necesitan hacer para convertirse en adultas y esas interferencias provocan el deterioro de la convivencia y la relación.
P. ¿Los padres son conscientes de la profunda transformación que sufren sus hijos?
R. Muchas familias entendemos la complejidad de la etapa, pero aún queda mucho por hacer para sensibilizar a la sociedad sobre la importancia de acompañar la adolescencia. No recomiendo que nos quedemos en nuestra parcela de sufrimiento, llorando por lo que hacen, lamentándonos por lo que no son o intentando que hagan lo que queremos que hagan. Tampoco se trata de ignorar lo que sentimos cuando hacen lo que hacen, nos decepcionamos porque no son como creíamos que serían o no hacen lo que “deben”. Atender nuestras emociones y transitarlas es importantísimo, como también lo es ponernos en acción para reducir y acompañar el malestar emocional de toda la familia, característico de la etapa.
P. ¿Son los adolescentes los grandes desconocidos y olvidados de la sociedad?
R. Sin duda alguna, la adolescencia es una etapa sobre la que existen muchos mitos y a la que se presta poca atención. Generalizando, se desconocen sus necesidades biopsicosociales y no se tienen en cuenta las tareas evolutivas de la etapa, no hay más que ver cómo está organizado el sistema educativo para darse cuenta de ello. Deberíamos tener más servicios de atención a la adolescencia en los que se pudiese encontrar respuesta a las necesidades de la etapa. Es un momento de gran fragilidad, determinante para la vida adulta, necesitamos atenderlo adecuadamente para reducir las consecuencias de la desatención: fracaso escolar, acoso, depresiones, trastornos de la conducta alimentaria, consumo de sustancias de abuso…
P. Me gusta mucho eso que dice que no se puede evitar que sufran, que crecer es doloroso. Los padres se empeñan en evitarlo…
R. Así es. Creo que es algo instintivo y profundo que nace de la necesidad de protegerlas del peligro. Cuando nos salen los dientes, nos duele. Cuando aprendemos a andar, nos caemos y nos duele. Cuando aprendemos a leer, nos frustramos porque nos cuesta. Crecer es doloroso, aunque también maravilloso. La vida no es siempre agradable. No estamos siempre felices. No todo depende de la actitud que le ponemos. Para no crear personas eternamente insatisfechas o que quieran abandonar la vida antes de tiempo es importante, entre otras cosas, darle al dolor el lugar que tiene y la atención que necesita.
Fuente: https://elpais.com/