La también periodista publica ‘La neurona exploradora. Necesito un abrazo’, el primero de una serie de cuentos en los que aborda las distintas emociones a las que se tiene que enfrentar un niño durante su desarrollo
Cristina Bisbal Delgado
A poco que se indague en su árbol genealógico se hace evidente que Isabel Rojas Estapé (Madrid, 33 años) estaba predestinada a dedicarse a la mente humana. Con abuelo, tíos, padre (Enrique Rojas) y hermana (Marian) psiquiatras y psicólogos, desde el principio se inclinó por la salud. Estudió Medicina hasta que, según cuenta, entendió que lo importante era “el trato humano y personal con cada uno de los pacientes”, así que se pasó a Psicología, carrera que compatibilizó con Periodismo. Sus comienzos profesionales están ligados a la televisión y la radio, pero la pasión ganó la batalla y acabó dedicándose a lo que más le gusta: la psicología. De hecho, trabaja en el Instituto Rojas-Estapé. Además, en 2017 creó Ilussio, una compañía dedicada a apoyar a las empresas en la concienciación y el acompañamiento a sus empleados en el ámbito de la salud mental.
Ahora también es escritora: acaba de publicar La neurona exploradora. Necesito un abrazo, primero de una serie de cuentos con los que se propone ayudar a niños, pero también a sus padres, a entender y gestionar las emociones que les invaden. Además de la tristeza y la alegría (el segundo título de la psicóloga La neurona exploradora: Me baila el corazón, ya está en proceso de producción), Rojas Estapé abordará, en los siguientes capítulos, la ira y el miedo.
PREGUNTA. ¿Por qué ha querido que su primer libro estuviera destinado al público infantil?
RESPUESTA. Porque los niños son el futuro de la sociedad, la base del mañana, los grandes protagonistas de lo que ocurrirá en el futuro. Por eso siempre me han interesado mucho. Irónicamente, hoy me dedico a adultos, pero es verdad que muchos de ellos acuden para pedir ayuda de cara a gestionar situaciones y emociones con sus hijos y su familia. Por eso pensé que tenía capacidad para hacerlo.
P. El libro se titula Necesito un abrazo. ¿Por qué es tan importante abrazar a nuestros seres queridos?
R. El abrazo es la forma más completa de expresar las emociones. Siempre digo que el abrazo es como el culmen de la corporalidad emocional. Es la forma más completa de expresar lo que se siente, porque se emplea todo el cuerpo y no solo los brazos. Por eso creo que es muy importante que volvamos a abrazarnos, no solo que los niños abracen a los padres o los padres a los niños, sino que haya abrazos entre amigos, conocidos, familiares, hermanos, parejas…
P. Y a los niños, ¿qué se les transmite con un abrazo?
R. Con un abrazo a los niños, además de emociones, se les transmite comprensión. Porque los niños tienen los receptores sensitivos de la piel superactivados. En el momento en que una persona abraza a un niño, este se siente comprendido, aceptado, querido… De hecho, el abrazo genera esa hermosa hormona, la del vínculo afectivo, que se llama oxitocina y que en los niños se activa de forma más rápida. El abrazo calma, consuela, reconforta. Es ese lugar seguro al que el niño siempre puede recurrir.
P. La generación anterior ejercía un tipo de crianza en la que los progenitores eran mucho más fríos. ¿Cree que ahora se abraza lo suficiente a los hijos?
R. En efecto, hemos mejorado mucho en el tema del contacto físico con los hijos. Sin embargo, hemos adquirido un patrón por el que solo les abrazamos si hacen algo bueno. Y, sin embargo, hay que dar abrazos diariamente, o casi constantemente. Al llegar a casa les deberíamos dar siempre, por sistema, un beso y un gran abrazo. Hemos mejorado, sí, pero aún hay margen de mejora.
P. ¿Se puede abrazar demasiado? Es decir, ¿podría ser contraproducente?
R. Nunca he visto que nadie abrace demasiado, la realidad es que abrazar es un gustazo, tanto para el que abraza como para el que recibe el abrazo. De hecho, hay abrazos que dan la vida, que reconfortan… Sobre todo los de los amigos. Pero en última instancia, si estamos abrazando demasiado es porque hay algo, una emoción, que no estamos sabiendo gestionar. No olvidemos que el abrazo es una forma de expresar emociones.
P. En el libro, la protagonista está triste porque se cambia de ciudad y de colegio. ¿Cómo deben reaccionar los padres ante la tristeza de los niños?
R. Cuando un niño está triste, por regla general, no llora o, al menos, no de primeras, sino que se evidencia, sobre todo, por su conducta: el niño deja de comer su plato favorito, de jugar con sus amigos… Cuando empieza a tener estos comportamientos es cuando los padres tenemos que pensar que, probablemente, está sufriendo. Es en ese momento cuando el padre tiene que hablar con su hijo, no preguntando, sino dando por hecho que le pasa algo. Es fundamental que empatice y le diga que a él también le pasa o le ha pasado y expresar lo que siente. Y a partir de ahí, tratar de pensar cosas positivas, animar al niño a colorear los pensamientos [expresar emociones mediante el dibujo] y, por supuesto, abrazar al pequeño. Este sería el recorrido, la pauta psicológica para poder ayudar a los niños a detectar esa emoción y a poder salir de ella. Es importante ayudarles a que no se queden en esa emoción, pero tampoco quitarle importancia o decirles que es una tontería ponerse triste.
P. ¿Por qué es relevante que se les apoye y que se respeten sus emociones?
R. Si acallamos las emociones de los hijos, cuando sean mayores, no sabrán expresarlas. Enseñarles a sentir lo que están sintiendo es clave para que sepan gestionar las emociones en el futuro y puedan enfrentarse al miedo, a la frustración… No hay que quedarse en la emoción, sino aprender a detectarla para saber sobrellevarla y, por tanto, saber sobreponerse a ella.
P. A menudo se dice que no es bueno que los niños nos vean llorar o demostrar tristeza. ¿Es correcto?
R. Al contrario. Creo que es un error garrafal. Los niños tienen que ver que los padres también nos emocionamos, sufrimos y sentimos emociones. De hecho, ese ha sido uno de los grandes errores del pasado: como los padres no expresaban sus propias emociones, los niños no han sabido hacerlo con las suyas. Los padres tenemos que expresar las emociones y no pasa nada porque nos vean llorar. Al contrario. El niño debe saber que los padres también sufren y que saben sobreponerse.
Fuente: https://elpais.com/