LAURA GÓMEZ SÁNCHEZ
El estrés no es solo cosa de adultos. Está presente desde el primer llanto y, pese a su mala fama, es una herramienta innata necesaria para la supervivencia y el aprendizaje. Sin embargo, es cierto que, si del amor al odio hay un paso, también lo hay del estrés natural al patológico y nocivo.
Y de él no se libran tampoco los niños, muchos “desbordados” por el exceso de extraescolares, exámenes y deberes, opina la psicóloga Aida Fernández.
«El ritmo estresante de vida que marca la sociedad vulnera su derecho al juego y al descanso» ha llegado a reconocerse incluso en el informe La situación de la Infancia en España 2022. Pero el colegio no es el único causante de estrés en los menores, que pueden llegar a experimentarlo de forma persistente desde los pocos meses de vida, como recoge Unicef. El divorcio de los padres, las carencias afectivas, el acoso escolar o dificultades familiares como los problemas económicos son algunos de los desencadenantes más frecuentes.
Aunque muchos de estos motivos tienden a pasar desapercibidos, los expertos advierten que pueden conllevar graves consecuencias. De hecho, según demostró un estudio del CSIC, el estrés en los jóvenes empeora la memoria y aumenta la ansiedad en la vida adulta. Razones por las que es crucial detectarlo precozmente y estar atentos a señales como la irritabilidad, las regresiones o los dolores psicosomáticos, explica el doctor Lorenzo Armenteros.
El cuarto sentimiento más experimentado por los niños españoles
De acuerdo al médico y miembro del grupo de trabajo de salud mental de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (Semg), existen pocos estudios sobre la prevalencia del estrés infantil. “Es difícil investigar con niños pequeños, pero se estima que podrían estar alrededor del 15%” aporta a RTVE.es. Una cifra realmente “elevada” si se tiene en cuenta que antes de la pandemia de coronavirus “se hablaba del 8%”.
Una de las escasas investigaciones que sí recogen datos sobre el estrés en niños, aunque en la franja de edad desde los siete u ocho años a los 12, es el proyecto internacional Children’s World. Este reúne artículos de diferentes países, entre ellos España, y compara sus hallazgos. En el caso de nuestro país, los datos de los que se disponen son de Cataluña, gracias al trabajo de los profesionales de la Universidad de Girona.
Según el último de sus informes, el cuarto sentimiento que más reconocen haber vivido durante 2020 los niños es el estrés. Los hallazgos encajan con la preocupación del estudio La situación de la infancia en España 2022, que advierte que los trastornos de la salud mental en la infancia y en la adolescencia han aumentado hasta el 47% tras la pandemia. Concretamente, los casos de ansiedad y depresión se han multiplicado por tres.
Tres niveles diferentes de estrés en la infancia: el positivo, el tolerable y el tóxico
Los estudios, sin embargo, no diferencian el tipo de estrés, algo en lo que hace hincapié el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). La organización explica que existen tres niveles diferentes de estrés: el positivo, el tolerable y el tóxico. Mientras que el primero es «breve y forma parte de la vida cotidiana», el segundo se caracteriza por ser más intenso, aunque también efímero. Por su parte, el estrés tóxico es aquel potente, frecuente y de larga duración, y sus consecuencias heredan estas singularidades.
El estrés tóxico aumenta el ritmo cardiaco y la presión arterial y origina la liberación de hormonas, entre ellas el cortisol, cuyo exceso puede desencadenar desde enfermedades cardíacas hasta dificultades para conciliar el sueño y problemas en el sistema inmunológico. A menudo el estrés patológico en los niños también «disminuye el apetito o causa atracones y provoca vómitos, diarreas y dolores musculares y de cabeza», añade el doctor Lorenzo Armenteros.
En momentos decisivos como la infancia temprana, el estrés puede ser aún más dañino. Es capaz de interferir en el desarrollo del cerebro limitando las conexiones neuronales en las regiones encargadas del razonamiento, el aprendizaje, la memoria, la regulación del comportamiento y el control de los impulsos. Incluso en la pubertad, como demostró el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el estrés altera el grado del aprendizaje que se experimentará de adulto.
“Nos hace tener muchas más papeletas para sufrir durante la edad adulta“
Su efecto es igualmente grave en cuanto a la salud mental. El estrés tóxico suele estar ligado a experiencias adversas en la infancia que se relacionan en la adultez con trastornos como la depresión, la ansiedad y el abuso de sustancias. Concretamente, la Universidad de Florida halló en 2014 que los niños que experimentan tres o más sucesos estresantes eran seis veces más propensos a tener un trastorno mental, físico o del aprendizaje. En definitiva, y como resume la psicóloga Aida Fernández, el estrés durante la infancia «nos hace tener muchas más papeletas para sufrir durante la edad adulta».
¿Por qué están estresados?
El estrés es multifactorial, pero suele tener como principal causante el contexto familiar. «Los niños absorben todo lo que tienen alrededor» y les afecta directamente desde el propio estrés de los padres, su ausencia y abandono afectivo (o su sobreprotección) hasta la pérdida de seres queridos o las dificultades socioeconómicas, explica el médico Lorenzo Armenteros.
El segundo estresor más frecuente en la infancia es el colegio, reconocen los expertos entrevistados por RTVE.es. Los exámenes, las notas, la competitividad, las relaciones con los compañeros y el acoso escolar son solo algunos desencadenantes a los que pueden enfrentarse los niños. Los padres, además, a menudo señalan el exceso de deberes como una fuente importante de estrés, según cuenta la maestra y defensora del docente del sindicato Anpe, Teresa Hernández.
«Es un tema que sale a debate todos los años», pero la profesora considera que los deberes escolares son imprescindibles «para reforzar conocimientos». Por el contrario, apunta a la saturación de actividades, una opinión que comparte la psicóloga. «Los niños también necesitan un momento de tranquilidad» y «empalmar» el colegio con las tareas y las extraescolares se lo roba, explica Aida Fernández. «Hacen los deberes y ya tienen que irse a dormir, eso un día tras otro es una fuente de estrés considerable», apostilla.
A estos factores se le suma en muchas ocasiones la influencia de las redes sociales, a la que acceden «cada vez niños más pequeños» y que suele causar en ellos «verdadera obsesión», aporta el doctor de la Semg. Durante el confinamiento por la pandemia creció igualmente el tiempo que pasamos en estas plataformas, lo que, junto con el aislamiento y la falta de relaciones sociales «cara a cara» ha causado un punto de inflexión en la salud mental de los pequeños.
Reconocer las señales del estrés infantil y cómo actuar
Muchas señales del estrés pueden ser temporales y responder al «tolerable» o «positivo» definido por Unicef, pero, de mantenerse en el tiempo, pueden llegar a ser preocupantes y requerir de ayuda profesional. Entre estas últimas se encuentran el retraimiento, la inmovilidad, el miedo en presencia de otras personas, el mutismo, la preocupación extrema y los síntomas físicos de malestar como los temblores.
No obstante, los síntomas varían según la edad del niño. Mientras que en los bebés de cero a tres años es común que el estrés se manifieste con una mayor necesidad de estar cerca de sus cuidadores o con un cambio de hábitos y rabietas y llantos más frecuentes, desde los cuatro a los seis años es habitual que exterioricen su estrés también a través de la pérdida de interés por el juego y del deseo de asumir papeles de adulto. A partir de los siete años pueden aparecer igualmente el deterioro de la memoria y la concentración.
“Es primordial un hogar sano, seguro y confortable“
Una vez identificadas las señales, es clave una rápida y precisa actuación. «Primero hay que hacer una reflexión de la situación familiar, de cómo afecta al niño y qué cosas podríamos cambiar», comenta Armenteros, pues, continúa, «es primordial un hogar sano, seguro y confortable«. También la psicológica hace énfasis en la importancia del apoyo y de la «escucha activa» de los seres queridos, a quienes pide «paciencia y comprensión». Existen, además, diversas guías contra el estrés como las de Unicef y la OMS que los cuidadores pueden poner en práctica. Pero sobre todo, no hay que tener miedo a buscar ayuda.
“Hay que estar pendiente, actuar y, si es necesario, contar con profesionales”, concluye el médico.
Fuente: https://www.rtve.es/