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Carlos González, pediatra: «Nuestra obsesión por darles a los niños comida sana hace que nuestros adolescentes coman cada vez peor»

Comida sana

CINTHYA MARTÍNEZ

El experto asegura que, como padres, «se puede ceder con las rabietas de los niños, al igual que lo hacemos con las de los adultos»

Carlos González confiesa que ahora mismo trabaja poco como pediatra y que «la mayoría de los pocos niños que veo vienen a mi consulta porque sus padres han leído mis libros». En concreto, ha escrito nueve, sobre temas como crianza, alimentación y salud infantil. Algunos de los títulos son Mi niño no me come (1999), Bésame mucho. Cómo criar a tus hijos con amor (2003) y Hablando de niños (2019).

—¿Qué hacer cuando un niño no come?

—Hay que tener claro que los niños sí que comen, a no ser que estén muy enfermos. ¿Cómo distinguir a uno que te parece a ti que no come, de otro que realmente no come? Por el peso. Eso no engaña, no hay milagros. Si el niño empieza a perder peso es verdad que no come y hay que llevarlo al médico. Si por el contrario está feliz, juega y salta y va engordando más o menos, quiere decir que sí que come aunque a ti te parezca que no. Los niños comen menos de lo que los padres imaginan. Y mucho menos de lo que unos cuantos médicos o enfermeras recomiendan. Porque claro, no todos comen lo mismo. Está demostrado científicamente que algunos comen más del doble o casi el triple que otros de la misma edad. Cualquier recomendación que te de un médico o leas en un libro, normalmente está calculada para el niño que más come del mundo.

—Podría decirse que, como los adultos, no todos comemos lo mismo.  

—Exacto. Y nadie va al médico para que este le diga qué cantidad tiene que comer de cada cosa, salvo que tenga una enfermedad concreta. Como un diabético o una persona con colesterol, a los que se le recomienda una dieta. Sin embargo, a una persona sana, no se le ocurre ir al médico para preguntarle: «Oye doctor, ¿qué tengo que comer?».  De hecho, incluso a esos pacientes que necesitan que un médico o un nutricionista les explique lo que deben de comer, se le dan solo recomendaciones generales. A un diabético no se le dice que tiene que comer una pera o una manzana a las 17.00 horas. En cambio a los bebés, sí. Se están dando unas pautas que rozan la paranoia, no tiene ningún sentido. En todo caso se puede decir: ya puede tomar fruta. ¿Cuál? La que esté de oferta. ¿A qué hora? Pues cuando le vaya mejor. ¿Qué cantidad? La que el niño tenga hambre. Ya está, no hay que decir nada más. Pero claro, si los médicos decimos que tiene que tomar 100 gramos de esto y 200 de lo otro, cuando los padres no lo consiguen, se preocupan. Creamos un círculo vicioso: los padres intentan insistir para que el niño coma un poco más, venga una cucharada más, le hace el avión, le distrae con los dibujos animados y el niño cuanto más le obligan, más se rebela, por supuesto. Se defiende con uñas y dientes. 

—«El niño no me come la fruta». 

—Pues que coma otra cosa, no pasa nada. 

—¿Entonces, no debo obligarle a tomarla?

—Jamás y bajo ninguna circunstancia. Probablemente, todos tengamos parientes o amigos vegetarianos o veganos. ¿Se te ocurriría insistirle a tu prima la vegetariana para que al menos, coma el pollo? Cuando un adulto dice «esto no lo como», todo el mundo le respeta. No le insistes, no le riñes, al contrario, adaptas el menú. A los adultos les respetamos cualquier manía que tengan con la comida, en cambio, los niños parece que tienen que comer de todo. No, dejémoslos en paz. Primero, porque tienen derechos. Son personas y si no quiere fruta pues no la come. Pero además, si tan importante es que lo haga, obligarle es la mejor manera para que la odie a muerte y no la coma jamás. Si se le deja en paz, probablemente algún día coma la fruta, porque oye, tampoco está tan mala. Y si no llega nunca ese momento, pues qué le vamos a hacer. 

—¿Sus gustos cambian?

—Los niños atraviesan fases en sus preferencias alimentarias. Es normal. La mayoría de los bebés comen de todo. De hecho, lo que hay que tener es cuidado porque se lo meten todo en la boca. Si son capaces de comer papel de periódico, también lechuga, claro que sí. Pero a partir del año, año y medio, según el niño, la mayoría empiezan a decir: «Esto no lo quiero», «no me gusta». Van reduciendo su dieta hasta llegar al típico menú infantil. Si cualquiera de nosotros miramos uno en un restaurante, es pasta, hamburguesa o algo por el estilo. Lo cual no significa que le tengas que dar, cada día, eso. Pero el día que toca eso va a comer feliz y comerá más y el día que toquen espinacas, acelgas o merluza hervida, probablemente va a poner mala cara, va a protestar y comerá menos. ¿Qué hay que hacer? Nada. Simplemente unos días hay una comida, otros días hay otra. Unos días se come más y otros menos. Pero nunca hay que insistir.

¿Y por qué si al principio se tomaba una cucharada o dos, pero al cabo de unos meses odia esa comida? Porque cada vez que no lo como mis padres se ponen insoportables. En cambio, las patatas fritas o el helado, llega un momento que las quiere con locura porque solo cuando las hay en el plato, mis padres me dejan comer tranquilo. El resultado de todo esto es que, por nuestra obsesión de darles a los niños comida sana estamos consiguiendo que los adolescentes coman cada vez peor: patatas fritas, hamburguesas y pizzas. Las cosas que un pediatra nunca recomendaría. Hemos conseguido que odien la fruta, con lo fácil que es dejarles en paz a las pobres criaturas. 

—¿Si no le gusta cierto alimento, se debe insistir?

—Algún estudio he encontrado que dice que a los niños es más fácil que prueben cosas si las ven muchas veces. Niños de año y medio, dos, y hasta la adolescencia, de entrada suelen rechazar los alimentos nuevos y desconocidos. Y se ha comprobado que la mejor manera de que lo acaben probando es ponérselo delante varios días y que haga lo que quiera. En cambio, la peor manera, la forma de conseguir que no lo pruebe jamás es insistir, ofrecerle un premio. Si le dices que si prueba este pescado le compras una pelota, es más difícil que lo pruebe a que si no se le da nada. Si me dicen que me coma esto a cambio de un juguete, lloraré por el juguete y no comeré lo que hay en el plato.

No obstante, el hecho de que se haya visto que los niños aceptan mejor las comidas si sencillamente las ven varias veces, no significa que se trate de una fórmula matemática de que vamos a darle cada cosa ocho días. Cocina normal, lo que tú creas conveniente, ponlo en la mesa, y el niño unas veces comerá y otras veces no, como todo el mundo. 

—«El niño no duerme». 

—Los niños duermen, incluso cuando los padres dicen que no lo hacen. No hay que enseñarles a dormir porque ya lo hacen antes de nacer, en el útero, y los recién nacidos se pasan durmiendo el día. Es imprescindible para la vida. Una persona que de verdad no durmiera moriría antes que una que no comiera. Una cosa es que el niño duerma y, otra, que lo haga en el momento en que a ti te conviene, en el lugar que te viene bien y de un tirón las horas que tú quieres. Eso no va a ocurrir. La mayoría de los niños necesitan dormir al lado de su madre y aun así, se despierta varias veces por la noche. Pero se da cuenta de que está al lado de ella y se vuelve a dormir bastante rápido. Los niños a los que se le intenta dejar solos lloran más, se despiertan más, los padres tienen que levantarse de la cama para ver qué le pasa al niño y se crea un círculo que se podría haber evitado. 

—¿Recomienda que los niños duerman con sus padres?

—Como médico, lo que puedo decir, porque son las recomendaciones de diversos organismos internacionales y están basadas en estudios científicos, es que hasta los seis meses los niños deben dormir siempre en la habitación de los padres. Está comprobado que los menores de esa edad que duermen solos en otra habitación separada tienen un aumento de riesgo de muerte súbita del lactante. Hasta los seis meses, con nosotros al lado, ya sea en su cuna o en la propia cama. A partir de ahí, ya no hay ese riesgo de muerte y depende de cada familia. ¿Qué es mejor? Lo que a ti te vaya bien. 

Otra cosa que también se puede decir, porque está demostrado que es sumamente peligroso, es quedarse dormido con un bebé recién nacido en brazos en un sofá, porque no tiene los mecanismos de seguridad suficientes. Se ha visto que por los malos consejos que han dado algunos de «jamás te metas en la cama con él porque es malísimo», lo que ha ocurrido es que en las últimas décadas, en algunos países como en Estados Unidos o Inglaterra, han aumentado las muertes por estas situaciones.

—¿Es normal que el pequeño no sea capaz de dormir si alguno de los padres no está al lado?

—Claro, es lógico. También funciona al revés. Imagínate que te secuestran al niño. ¿Tú crees que te vas a dormir? Lo que sucede es que si el niño no ve a su madre, no sabe dónde está. Tú puedes saber que a él no le pasa nada porque está con la abuela y tú puedes estar muy tranquila porque sabes dónde está el niño. Pero él no sabe dónde está la madre, o la ve, o para él es como si la hubieran secuestrado. Entonces, ¿cómo va a dormir? 

—¿Los pequeños son capaces de manipular a los padres?

—Claro que manipulan, sino se morirían. Un niño pequeño no puede vestirse, caminar o conseguir comida. Necesita que los adultos se lo hagan. ¿Cómo lo hace? Manipulándolos mentalmente. Cuando el niño tiene hambre llora para que le den de comer; cuando tiene frío, para que le abriguen y, cuando se siente solo, para que le cojan en brazos. Ya lo dice el refrán: «El que no llora, no mama». Cosa distinta es ese otro sentido que se le da a la palabra «manipular», como una persona que está intentado hacerte daño o que está fingiendo. No, no, el niño que manipula a sus padres no está fingiendo. No pide comida por fastidiar, lo hace porque tiene hambre y porque sabe que si tiene hambre y llora, le dan comida. 

—¿Y cuando son más mayores?

—Más adelante, los niños empezarán a pedir otras cosas que no necesitan. Por ejemplo, si te pide ir a los caballitos, no es algo que necesite, le apetece. No solo hay las necesidades básicas de la vida, hay cosas que nos gustan y que podemos hacer. ¿Significa eso que debes dárselo todo? Dependerá, unas cosas se las puede dar, otras no. Lo que hay que tener claro es que el niño que llora porque quiere subir a los caballitos no está fingiendo. No es un niño que se para y piensa: «¿Cómo puedo manipular a mis padres? Voy a fingir que lloro y seguro que así les engaño». No, está llorando de verdad. Puede que lo haga por una cosa que a ti te parece que no tiene importancia, pero lo hace. Lo que se puede hacer es entender que lo está pasando mal e intentar consolarlo. Lo que no hay que hacer nunca es reñirle, ignorarle o decir «está haciendo teatro, déjalo solo». Son disparates mayúsculos. Por supuesto que hay que hacerle caso. Es mi hijo, está llorando. 

—¿Hay que hacerle entender que no es buen momento para ir a los caballitos?

—En realidad no hace falta hacerle entender. Es otro error frecuente hoy en día, porque está bastante extendida esa idea de que a los niños no se les puede decir las cosas porque sí, sino que se les tiene que explicar. Eso es válido con explicaciones adaptadas para su edad. Cuando quieres que tu hijo no suba a los caballitos basta con decirle «no cariño, ahora no puede ser, no tenemos tiempo» o «no puede ser porque cuesta un euro y no tenemos tanto dinero». Y ya está, ya se lo has explicado. Algunos padres cometen el error de, en vez de dar la explicación, empezar a soltar un rollo durante quince minutos esperando que el pequeño lo acabe entendiendo. Explicar las cosas no consiste en aprovecharnos de nuestra superioridad intelectual para dejar al niño apabullado.

¿Qué se puede hacer? Primero, no es necesario que el niño suba a los caballitos todas las veces que quiera, pero tampoco resulta razonable que un niño no suba nunca a los caballitos. Hay que tener en cuenta las circunstancias concretas. Es decir, si tienes prisa, si ya se ha subido dos o tres veces, etcétera.

—¿Y si se produce una rabieta?

—Si se utiliza la diplomacia, probablemente se eviten rabietas. Si el niño quiere subir a los caballitos, no se le debe decir: «No vas a subir a los caballitos, ya está bien». Es mejor decirle: «No cariño, ahora no puede ser porque ahora tenemos prisa». O porque no tienes monedas, o lo que sea. Ya está. Y darle algún tipo de distracción: «Mira, podemos ir allí que…». El niño va a protestar seguro, pero nosotros vamos a tolerar su frustración. Es decir, no nos vamos a enfadar, gritar, ni nada por el estilo. Puede pasar que el niño se distraiga, pero también que se tire por el suelo, empiece a llorar desesperado. Si puedes, cedes. A lo mejor no puedes, porque sí que existe prisa por irse no tienes monedas, pero si no es el caso y ves que tu hijo está así por el caballito le puedes decir: «Bueno, si tantas ganas tenías de subir al caballito, puedes subir, pero solo una vez y después nos vamos a casa». Claro que se puede ceder con las rabietas de los niños al igual que cedemos con las de los adultos. Cuando la gente pide algo, a veces se le puede conseguir, otras veces no. 

—¿El niño tiene que aprender a tolerar la frustración?

—No. Oímos mucho eso y algunas personas profundamente creen que el niño tiene que tolerar la frustración. Que te pida un caramelo, le digas que no porque dan caries y que el pequeño responda: «Oh, gracias papi por preocuparte de mi salud bucodental». No va a ocurrir. No son los niños los que tienen que aprender a tolerar la frustración, son los padres. Si pide caramelos y le dices que no, va a protestar. Si ve la tele y le dices que la apague, va a protestar. Si está jugando y le mandas recoger, va a protestar. Y somos nosotros los que tenemos que tolerar esa frustración, que es normal. Si le has dejado sin caramelo, no le puedes reñir, ya bastante tiene. 

—¿Qué consejos daría para aquellas madres que buscan dar el pecho? 

—Lo primero sería, ya durante el embarazo, intentar buscar información fiable. Posiblemente, poniéndose en contacto con algún grupo de apoyo a la lactancia. Por ejemplo, en España, existe La liga de la leche o la Federación Española de Asociaciones Prolactancia Materna (Fedalma), que tienen representación en bastantes ciudades. Conviene ponerse en contacto con alguno de estos grupos y, si es posible, ya durante el embarazo. Muchas mamás piensan que estos grupos son para ir cuando tienes un problema pero lo ideal sería ir antes, para disponer de información y así no tener luego el problema. Además, es conveniente ir durante el embarazo. Primero por ir preparado y segundo, porque es más fácil salir de casa con la barriga que con un niño pequeño (ríe). En la mayoría de los casos, basta con eso. Lo que necesita la madre es información básica, el haber visto a otras madres dar el pecho. En estos grupos eso es posible. 

—¿Es normal que duela?

—No, no debe doler. Ojo, no digo que no duela. Esto es como decir que caminar no debe doler y que alguien con artritis diga que le duele. Claro, puede ser, pero cuando esto ocurre, hay que ir al especialista a ver qué sucede. De la misma manera cuando se da el pecho. No se puede una quedar en casa pensando que es normal que duela, porque entonces los problemas se van agravar.

Fuente: https://www.lavozdegalicia.es/

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