Julio Fontán es el director de un centro colombiano cuya metodología se basa en la Educación Relacional Fontán
ANA I. MARTÍNEZ
Madrid
La entrevista a Julio Fontán podría ser el guion perfecto para una película o serie de ciencia ficción. Y es que hablar con él sobre educación es descubrir una realidad para la que muy pocos están preparados. «Si vamos a hacer locuras, vamos a hacerlas bien», cuenta a ABC durante esta entrevista. Se refiere a la última innovación que han decidido llevar a cabo en su centro educativo, Colegio Fontán Capital, situado en Bogotá (Colombia). «Los estudiantes ya pueden llevar a sus mascotas», anuncia. Y es que el centro acaba de empezar a ser ‘pet friendly’. «De momento, solo se pueden llevar perros. Hay unas normas muy claras», cuenta. Éstos no están en un lugar específico sino que están siempre con el alumno. «Y mira, te presento a Persi», dice mientras me enseña la foto de la nueva perrita del colegio.
Julio Fontán (Medellín, 1957) es el director de la escuela, cuyo funcionamiento se basa en la Educación Relacional Fontán (FRE), un modelo pedagógico innovador que en este 2023 cumple 30 años y que cuenta con más de 100.000 estudiantes en todo el mundo. Está presente no sólo en Colombia sino también en países como EE.UU., México, Ecuador, Chile y España, en concreto en Jesuitak Donostia, aunque la Generalitat de Cataluña y la Universidad de Barcelona visitaron recientemente el Colegio Fontán para su posible implantación en los colegios públicos catalanes . Eso sí, en cada centro escolar, el sistema se adapta de diferente manera, respetando los estándares curriculares de cada país y cada innovación se prueba primero en Colombia para extenderla, si es posible, al resto.
«Se necesita una nueva forma de entender y pensar la educación. Los deberes no funcionan. Nuestros estudiantes, que no alumnos, no están por cursos, sino por niveles de autonomía. También entran en cualquier época del año y terminan en cualquier otra», afirma Fontán, quien recuerda que fue con la Revolución Industrial cuando surgió el sistema educativo tradicional que todos conocemos: horarios estrictos, asignaturas, exámenes… «La pregunta es: ¿alguien pensó en lo que necesita el estudiante para poder alcanzar alguna meta? ¿Alguien se planteó cómo funciona el cerebro de un niño?», pregunta. Por ello, la filosofía Fontán pone la educación al servicio de cada estudiante, no al revés. Una educación basada en el respeto, la personalización de sus planes académicos, de pensamiento, de comportamiento, de salud, recreación y proyecto de vida.
Flexibilidad académica
El respeto hacia el alumno es el pilar clave sobre el que se sustenta la FRE. «Eso quiere decir que cada estudiante tiene una dignidad y, por tanto, un valor en sí mismo que no podemos usar como medio para nada», dice. Por ello, Fontán rechaza el etiquetado a cualquier menor. «Altas capacidades, necesidades especiales… Nadie nos ha dado el derecho a hacer estas distinciones. Hay que respetar que cada niño es único, por tanto, es diferente a los demás y necesita cosas distintas». Así, en el Colegio Fontán Capital, cada alumno tiene su propio plan académico que se adapta a medida que el menor avanza. Por eso, ninguno es igual y tampoco se desarrollan de la misma manera.
Así, en el Colegio Fontán «las familias pueden escoger las vacaciones cuando quieran», se adapta el aprendizaje a los deportistas de alto rendimiento que tienen, así como a los músicos que van al conservatorio; se estudia únicamente de manera virtual o bien se compaginan las clases presenciales con las online… «El sistema se flexibiliza radicalmente», apunta el director, quien reconoce que la FRE es vista, desde fuera, como un sistema anárquico. «Es precisamente todo lo contrario: hay mucho más orden», asegura.
«Hay que respetar que cada niño es único, por tanto, es diferente a los demás y necesita cosas distintas»
«El sistema educativo tradicional tiene un orden aparente muy grande -continua-. Todos empiezan y terminan en las mismas fechas, ven los mismos temas, hacen los mismos exámenes… pero hay mucho desorden en el proceso de cada alumno. Nosotros jugamos al revés: establecemos un orden en el proceso de cada uno de los estudiantes y con eso armamos un orden externo diferente». Y todo ello, en base a un sueño: «Ojalá millones de estudiantes tengan herramientas reales para tener calidad de vida, ya que el sistema no lo garantiza -dice-. Nosotros llegamos hace 17 años a un colegio de poco más de 200 alumnos con un nivel socioeconómico bajo cuyas máximas aspiraciones eran ser camareros. Hoy, este centro escolar tiene más de mil alumnos y el 96% están yendo a la universidad».
Autonomía del estudiante
Mejorar esas cifras ha sido posible porque el concepto de excelencia de la FRE es diferente. «Nuestros estudiantes tienen que alcanzar la excelencia que para nosotros es el incremento gradual y permanente de la exigencia con respecto a la calidad y entendiendo por exigencia que el estudiante pueda lograr algo que antes no era capaz de lograr». Es decir, «se trata de un proceso, no de una meta».
Para ello, los alumnos de este sistema llevan a cabo al aprendizaje de manera autónoma, es decir, «desarrollan la capacidad de aprender lo que ellos necesitan para el resto de la vida. Se trata de aprender a aprender». Una clave que requiere de entrenamiento pero que es posible conseguir. Y es que el educador, no profesor, no tiene que explicar nada a los alumnos porque eso «inhabilita» de alguna manera el aprendizaje autónomo. «Te sorprenderías con muchos de nuestros estudiantes de 11 años en cómo manejan todo su proceso», asegura. «No se trata de decir ‘terminé con Historia’. ¡Nadie ha terminado con la Historia! -puntualiza Fontán- Lo que influye en la vida de toda persona es la capacidad que tiene para que el conocimiento fluya durante el resto de su vida».
«Nuestros estudiantes desarrollan la capacidad de aprender lo que ellos necesitan para el resto de la vida. Se trata de aprender a aprender»
Sustituir los temas por planes de flujo en el conocimiento es otra característica de esta innovación pedagógica para el desarrollo del comportamiento y el desarrollo del pensamiento, consiguiendo así su autonomía. «Nuestros alumnos, no el profesor, cada día tienen que planear su jornada en base a sus metas. Es como cuando trabajas», explica. «Planear es que ellos sean capaces de comprometer su capacidad de trabajo en el tiempo: ¿hasta dónde me comprometo y qué cumplo? Para poder ganar seguridad y mientras que al principio se ponen metas a corto plazo, pero siempre englobadas bajo un proyecto de vida, a medida que las van cumpliendo, se ponen objetivos a largo plazo, metas más grandes. Es todo un trabajo para que los alumnos vean qué son capaces de descubrir y cómo lo pueden lograr».
En todo ello tiene mucho que ver que el alumno vea que lo que aprende tiene sentido en su vida. «Esto es algo que para el sistema no existe», recuerda Fontán. «Pero cuando tú le ves a algo sentido, pones toda la energía en ello. Al principio, cuando son pequeños, los menores son auténticas bombas de energía que el sistema va apagando a medida que pasan de curso», recuerda.
El papel del educador
El nivel de autonomía se trabaja desde los alumnos más pequeños, a los que poco a poco se les va dejando para que se desarrollen. Y los docentes no dan historia, matemáticas o inglés. Tampoco corrigen ni hacen exámenes. «Los estudiantes trabajan sobre una plataforma educativa online para que no dependan de los profesores, que nosotros llamamos educadores -puntualiza-. Éstos no están todo el tiempo con ellos. Hay educadores que se dedican a la gestión del conocimiento por tanto, acompañan a los alumnos hasta la excelencia en cada uno de los temas; otros se encargan del desarrollo del pensamiento, es decir, ayudan a los niños a conseguir la autonomía; otros al desarrollo del comportamiento, o sea, se encargan del aspecto emocional y social del menor».
Los alumnos comienzan su día con una reunión en la que comentan en qué van a trabajar y cómo se van a organizar y, al final de la jornada, hay un cierre. «Ambas cosas se hacen tanto a nivel individual como en grupo para que analicen los errores que han cometido, qué han aprendido de ellos, qué soluciones han tomado, etc.», explica Fontán, «porque unos pueden aprender de otros».
Las familias, por su parte, «tienen un papel muy importante». «Se suele decir que son las responsables de la educación de sus hijos pero solo se es responsable -puntualiza- cuando tú decides y asumes las consecuencias. En el sistema tradicional, tú no eres responsable, eres mero espectador. Nosotros, sin embargo, hacemos que sean parte de la toma de decisiones sobre el proceso de cada uno de los estudiantes pero a medida que el niño empieza a ganar en autonomía, saca tanto a la familia como al colegio de este proceso».
«En el sistema educativo tradicional, tú no eres responsable, eres mero espectador»
El paso a la universidad de estos estudiantes, sin embargo, no es fácil porque regresan a un sistema encorsetado. «El primer examen que tuvo que hacer mi hijo fue el de acceso a la universidad», recuerda. «En mi día a día, los estudiantes que nos visitan y ya no están con nosotros, no entienden por qué la universidad funciona así ni por qué los profesores explican, explican y explican».
Para el director del colegio, esto demuestra el reconocimiento por parte de los estudiantes a la labor que hacen sus educadores, «que es de otro nivel profesional, que no echan discursos, sino que les acompañan en los procesos». Y todos salen ganando de verdad. «Un alumno no puede estar años de su vida siendo reactivo a todo lo que le mandan, recibiendo premios o castigos, cuando lo que tenemos que buscar es que sean proactivos», concluye.
Fuente: https://www.abc.es/