“Los signos más comunes de ansiedad en niños pueden manifestarse tanto a nivel físico como emocional y conductual”, cuenta Capurro, psicóloga especializada en niños y adolescentes, para La Vanguardia
Laura Villanueva – Barcelona
El desarrollo emocional de los niños y adolescentes es uno de los aspectos más complejos y fundamentales de su crecimiento. Desde los primeros años de vida hasta la adolescencia, los niños enfrentan una serie de desafíos emocionales que, si no no son bien acompañados, puede marcar su bienestar a largo plazo. En un mundo cada vez más acelerado y exigente, los padres y educadores juega un rol crucial al ofrecer un espacio seguro y un soporte emocional que les permita entender y gestionar sus sentimientos. Sin embargo, muchas veces surgen dudas sobre cómo proporcionar ese apoyo de manera efectiva, especialmente cuando cada niño o adolescente tiene sus propios tiempos y necesidades.
Para entender mejor cómo podemos acompañar de manera consciente y respetuosa el desarrollo emocional de los niños, hablamos con Mariana Capurro, psicóloga especializada en desarrollo infantil y adolescente, quien nos comparte su experiencia, enfoque y claves que considera esenciales para brindar el acompañamiento emocional necesario durante estas etapas tan decisivas.
No podemos pedirle a un niño que gestione su ira si nosotros no sabemos qué hacer con la nuestra
Mariana Capurro Psicóloga especializada en niños y adolescentes
¿Qué te motivó a interesarte en la psicología infantil y adolescente, y cuáles son los aspectos clave para apoyar el desarrollo emocional de los niños?
Mi interés por la psicología infantil y adolescente nació, en realidad, de mi propia necesidad como madre. Quise comprender mejor cómo acompañar a mis tres hijos de una manera más consciente, respetuosa y conectada, y eso me llevó a profundizar en la psicología del desarrollo, la educación emocional y el apego seguro. En ese camino descubrí muchas herramientas, como la disciplina positiva, y me di cuenta de que muchas familias compartían mis inquietudes y necesidades, así que sentí el deseo de formarme para poder ofrecer un acompañamiento profesional.
Podría resumir en tres pilares lo más importante al acompañar a un niño en su desarrollo emocional: aceptación incondicional, vínculo afectivo seguro y educación emocional de los propios adultos. Aceptar incondicionalmente a un hijo significa reconocer su valor más allá de sus comportamientos o logros. Supone renunciar a las expectativas sobre cómo imaginábamos que sería, para poder verlo y quererlo tal y como es. A veces, esto implica atravesar un proceso interno en el que dejamos atrás nuestras ideas iniciales para conectar con la autenticidad de ese niño real, con sus fortalezas y sus vulnerabilidades.
Cuando un niño se siente profundamente aceptado, fortalece su autoestima, calma su sistema emocional y genera un entorno donde puede desplegar su potencial con mayor libertad. Desde esa base segura, podremos acompañarlo de forma más respetuosa y efectiva en su crecimiento.
No podemos enseñarle a poner límites si no sabemos poner los nuestros con respeto
Mariana Capurro Psicóloga especializada en niños y adolescentes
El segundo pilar, es el canal a través del cual se construye la confianza básica que el niño necesita para explorar el mundo, aprender, equivocarse y crecer. Este vínculo no se forma solo con palabras, sino a través de la presencia, la coherencia, la disponibilidad emocional y la capacidad de reparar los inevitables errores del día a día. No se trata de ser perfectos, sino de estar presentes de una manera suficientemente buena, en la que el niño pueda apoyarse cuando lo necesite.
Por último, no podemos acompañar emocionalmente a un niño si no estamos trabajando en nuestra propia salud emocional. Educar emocionalmente no es solo enseñar a identificar emociones, sino modelar con nuestro ejemplo cómo se gestionan, cómo se transitan y cómo se respetan las emociones de los demás. Los niños no aprenden tanto de lo que les decimos como de lo que ven y sienten a nuestro lado. Nuestro autocuidado emocional, nuestra capacidad para autorregularnos y nuestra disposición a pedir ayuda cuando la necesitamos, son también formas poderosas de educar.
En tu experiencia, ¿cuáles son los signos más comunes de ansiedad en niños y adolescentes, y cómo pueden los padres identificarla de manera temprana?
La ansiedad en niños y adolescentes es una respuesta natural ante situaciones que perciben como amenazantes o desafiantes. Sin embargo, cuando esta respuesta se vuelve persistente, intensa y afecta su vida cotidiana, podemos estar frente a algo más grave. Los signos más comunes pueden manifestarse tanto a nivel físico como emocional y conductual. En la infancia, la ansiedad muchas veces se expresa a través del cuerpo: dolores de barriga, de cabeza, fatiga o dificultades para dormir sin una causa médica aparente. También pueden aparecer cambios en el apetito o en el control de esfínteres, regresiones en conductas ya adquiridas, o una necesidad constante de validación y compañía de los adultos.
En los adolescentes, los síntomas pueden volverse más complejos: evitación de situaciones sociales o escolares, irritabilidad, dificultades para concentrarse, sensación de estar constantemente “nerviosos” o “tensos”, miedo al juicio ajeno, bajo rendimiento académico, e incluso síntomas físicos similares a los de los niños. A menudo, también se aíslan o expresan un malestar difuso que les cuesta poner en palabras.
Cuando somos capaces de ofrecer un sostén emocional estable, estamos sembrando las bases de una buena salud mental
Mariana Capurro Psicóloga especializada en niños y adolescentes
Para los padres, identificar estos signos puede ser un desafío, especialmente porque muchas veces se confunden con comportamientos propios de la etapa del desarrollo. Por eso es importante observar los cambios sostenidos en el tiempo, especialmente si afectan distintas áreas de su vida: escuela, relaciones, ocio o autoestima. La ansiedad no siempre se presenta como miedo o preocupación visible; a veces se disfraza de rabietas, apatía o incluso perfeccionismo.
El mejor recurso del que disponemos los adultos para detectar la ansiedad de forma temprana es el vínculo. Un vínculo cercano, basado en la escucha activa, en la validación emocional y en la disponibilidad real, permite que el niño o adolescente pueda expresarse con mayor seguridad. Como suelo decir, la conducta es un lenguaje, y muchas veces lo que nuestros hijos no saben o no pueden decir, lo expresan con su cuerpo o comportamiento.
Tu libro ‘Permiso para Educar’ está dirigido a familias con niños pequeños. ¿Qué es lo más crucial que los padres deben saber para acompañar el desarrollo emocional de sus hijos?
Una de las cosas más cruciales que los padres deben saber es que el desarrollo emocional de sus hijos no comienza en la adolescencia ni en la etapa escolar, sino desde antes del nacimiento. Sabemos que desde los primeros días de vida, el cerebro del niño está moldeándose a partir de las experiencias relacionales que vive con sus cuidadores. Por eso, lo más importante que podemos ofrecerles desde el inicio es presencia emocional, seguridad y aceptación incondicional.
Los niños necesitan sentir que son vistos, escuchados y comprendidos. La manera en la que un adulto responde al llanto, a la frustración, a la alegría o a la necesidad de afecto de un niño va dando forma a su autoconcepto y a su capacidad para regular sus emociones. Cuando somos capaces de ofrecer un sostén emocional estable, estamos sembrando las bases de una buena salud mental. Y los niños no aprenden a manejar sus emociones con discursos, sino con ejemplos. No se trata de no enfadarse nunca o de evitar errores, sino de mostrar cómo se repara, cómo se pide perdón, cómo se respeta lo que uno siente y se aprende a gestionarlo. En ese sentido, como padres o madres, no estamos llamados a ser perfectos, sino disponibles, coherentes y amorosos.
¿Cuál es el principal mensaje que deseas transmitir a los padres en tu libro sobre la educación emocional de los niños?
Que educar emocionalmente a un niño no es enseñarle a no sentir, sino acompañarlo a comprender, expresar y regular lo que siente, con respeto y sin miedo. Vivimos en una sociedad que muchas veces valora más el rendimiento, la obediencia o el éxito que el bienestar emocional. Sin embargo, los niños necesitan mucho más que normas o consejos para desarrollarse plenamente: necesitan adultos que les ofrezcan seguridad emocional, que validen sus emociones y que los acompañen con empatía en sus momentos difíciles. Solo así aprenden a confiar en sí mismos y en los demás.
El reto real no está en saber qué hacer, sino en poder hacerlo en medio del cansancio, la frustración o el desborde cotidiano
Mariana Capurro Psicóloga especializada en niños y adolescentes
También intento transmitir que la educación emocional no empieza con el niño, sino con nosotros como adultos. No podemos pedirle a un niño que gestione su ira si nosotros no sabemos qué hacer con la nuestra; no podemos enseñarle a poner límites si no sabemos poner los nuestros con respeto. Por eso, el trabajo interior del adulto no es un añadido.
Escribí este libro siendo muy consciente de que ya existen muchos libros de crianza, y de que la mayoría de madres y padres conocen bien la teoría. El reto real no está en saber qué hacer, sino en poder hacerlo en medio del cansancio, la frustración o el desborde cotidiano. Por eso, este libro no solo informa, sino que acompaña. Está pensado para que las familias se sientan comprendidas, sostenidas y, sobre todo, menos solas en este camino tan complejo como hermoso que es criar.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/