Hermanos discutiendo durante las vacaciones de verano, reflejando tensiones familiares.

¿Por qué mis hijos se pelean tanto en verano?

Las trifulcas entre hermanos son un medio para definir la identidad individual, pero los cambios en las rutinas, el calor y la convivencia más intensa pueden hacer que estas lleguen a ser intensas. Lo mejor que pueden hacer los padres es intentar que busquen sus propias soluciones y evitar las etiquetas

Gema Lendoiro

El verano es una época de descanso obligado para los niños y adolescentes. Los días son muy largos y la convivencia entre hermanos es mucho más intensa. Y el incremento de las horas juntos provoca, en concreto, más peleas. ¿Es normal? Según explica Carmen Durán, psicóloga y enfermera de urgencias y experta en adolescencia, por biología sí es normal que se enzarcen. Y, para eso, está la educación y valores que los padres deben transmitir con el modelo y el ejemplo, “lo que es con una buena gestión de las emociones”.

Discusiones por la ropa, por el orden de la habitación, por quién hace las tareas que los padres piden como bajar la basura, poner la mesa o recogerla, etc., según prosigue Durán, suelen ser motivos de discusiones y, en la mayoría de los casos, los hermanos tienden a buscar la aprobación en sus progenitores. “Es un mecanismo de defensa y supervivencia. La rivalidad y competitividad por conseguir la atención y amor de los padres a toda costa, para no quedarse en el olvido o descuido ante otros individuos, es algo absolutamente normal entre hermanos”, explica Durán.

El problema viene cuando los padres se sienten desbordados y no saben qué hacer en estas situaciones y las empeoran en vez de encontrar el cauce por donde permitir que circulen las emociones y conductas inapropiadas. “La clave está”, sostiene Durán, “en la convivencia intensiva, es decir, más horas en casa, más tiempo compartido y menos estructura”. Cuando no hay espacios individuales “ni actividad regulada, aparece el roce. Pero el problema no es solo el tiempo libre. El verdadero detonante es que no estamos educados para tolerar el aburrimiento ni la frustración”.

Para la experta en adolescencia, tanto adultos como niños, tenemos muy poca tolerancia al no saber qué hacer, el aburrimiento nos incomoda. Y ante esa incomodidad, buscamos la interacción: “Pero no siempre en forma de juego o afecto: muchas veces a través de la queja, la provocación o el conflicto. Es más fácil discutir que nombrar lo que sentimos o necesitamos”. Además, entre hermanos hay una búsqueda natural de atención: “Pelear es, a menudo, una forma inconsciente de decir: ‘Mírame, aquí estoy’. Si uno de ellos siente que solo logra captar la mirada de sus progenitores molestando, lo seguirá haciendo. Y peor aún si esa conducta le funciona”. Aquí es donde, según la opinión de la psicóloga, muchas familias cometen un error clásico: “Justificar al que más molesta con frases como: ‘Es que él es así’ o ‘No le hagas caso’. Mientras tanto, se exige al más tranquilo que aguante o ceda. Eso genera un trato desigual que daña el vínculo emocional y siembra resentimiento a largo plazo”.

Los celos, un “enemigo” a batir

Lourdes García Murillo es psiquiatra en Tranquilamente, centro privado de Salud Mental con tratamientos de Psiquiatría y Psicoterapia en Madrid y considera que, aunque muchas veces a los padres les gustaría que solo hubiera momentos de alegría y tranquilidad en vacaciones, es normal y frecuente que surjan otro tipo de emociones: “Como celos o enfados que pueden dar lugar a peleas”.

Desde la perspectiva del desarrollo, “es importante recordar el momento madurativo en el que se encuentra el niño, ya que evolutivamente puede que la capacidad de identificar sus propias emociones y necesidades y regularse emocionalmente sean hitos todavía no adquiridos”, explica la psiquiatra. “Lo que a los adultos nos puede parecer una provocación deliberada o una falta de respeto, muchas veces es simplemente una expresión inmadura de emociones que los niños aún no saben nombrar ni manejar”, sostiene.

García Murillo recuerda que las peleas entre hermanos son un medio para definir la identidad individual y mejorar las habilidades sociales, siendo oportunidades para aprender habilidades emocionales clave: “Los cambios en las rutinas, el calor y la convivencia más intensa pueden hacer que estas lleguen a ser demasiado intensas”, afirma. ¿Cómo intervenir, entonces? La psiquiatra aporta las pautas:

  • Validar la emoción marcando los límites: Es bueno que expresen sus emociones, pero también es necesario marcar de manera amable y firme los límites que no se deben sobrepasar en dicha expresión. Por ejemplo: “Entiendo que estás enfadada porque tu hermano no quiere compartir, pero pegar no está bien”  
  • Evitar etiquetas y comparaciones. Frases como “qué pesada eres” o “mira que bien lo hace tu hermana” alimentan dinámicas disfuncionales. En su lugar, podemos describir lo que ocurre y cómo nos hace sentir: “Cuando repites tanto lo mismo, me pongo nerviosa”
  • Intentar que busquen sus propias soluciones. Aunque si la pelea escala, puede ser necesario separarlos y hacer un “tiempo fuera” —un periodo de tiempo separados para que reflexionen—. Una vez estén calmados será importante revisar con ellos la situación y que busquen posibles soluciones: “Los dos queríais el balón y no habéis podido jugar ninguno, ¿cómo podíais haberlo hecho? ¿Qué se os ocurre ahora?”
  • Valorar nuestro esfuerzo y recordar que lo hacemos lo mejor que podemos. Aunque lo ideal sería mantener la calma en estas situaciones de conflicto entre ellos, así cómo tener tiempo individual con cada hijo y tiempo para nosotros solos, en ocasiones es difícil lograr esto en los largos días de verano. Tanto los niños como los padres aprendemos de los errores: no necesitan la perfección, solo que les escuchemos y ayudemos a que se escuchen a sí mismos. 

“Los conflictos entre hermanos son una parte natural del aprendizaje emocional y social”, prosigue García Murillo, “lo fundamental no es evitarlos a toda costa, sino acompañarlos en la clarificación de sus emociones, estableciendo límites amables y claros”. Porque educar no es impedir que se equivoquen, subraya la psiquiatra, sino ayudarles a crecer a través de sus errores y a convivir con ellos.

Fuente: https://elpais.com/

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