María José Santelesforo, responsable del departamento de Orientación del Colegio Estudio, explica que no siempre coincide lo que realmente pasa con lo que verbaliza el estudiante
ANA I. MARTÍNEZ – MADRID
Conviene no perder los nervios ni la calma. Tampoco tomarse al pie de la letra lo que los hijos siempre dicen. Sin embargo, hay que estar atentos, ver más allá y pararse a pensar y analizar. Y es que cuando un menor dice que no quiere estudiar, saltan automáticamente todas las alarmas. Es, en parte normal pero, más que nunca, hay que respirar. «Toca descubrir juntos, familia y colegio, qué es lo que realmente nos quiere decir el niño porque en la mayoría de las ocasiones no coincide lo que realmente pasa con lo que verbaliza», explica María José Santelesforo, responsable del departamento de Orientación del Colegio Estudio.
Muchos estudiantes, durante su etapa escolar, aseguran que quieren abandonar sus estudios. Y no es porque sean menos válidos o unos vagos sino porque hay algo, en su día a día, que no termina de encajar, que les afecta a su autoestima, a nivel personal, y, por tanto, en su desarrollo académico. «Cuando un niño tan pequeño lanza un mensaje así es porque está pidiendo ayuda», puntualiza la experta, que aconseja a las familia no quedarse en la parte superficial del mensaje.
Puede que el menor no se encuentre bien, que haya cierta asignatura que le cueste más, que no sepa cómo hacer las cosas, que la situación familiar no sea la mejor en ese momento o que incluso le pase algo en sus relaciones de amistad. «Y, por supuesto, no hay que perder de vista la salud mental», recuerda Santelesforo. «Los jóvenes están viviendo momentos muy complicados y puede que respondan a cuestiones académicas desde el plano emocional. Al final, si van mal en el colegio, va a ir mal todo». Por eso, una vez más, familia y centro escolar han de estar a una.
Analizar la situación
Es momento de acompañar, no de criticar o de imponer la autoridad. «Ellos son los actores de su propio aprendizaje -explica Santelesforo- y es algo que tienen que ir descubriendo poco a poco. Los adultos sí tenemos que darles herramientas y educarles en la voluntad, en el buen hacer, en el esfuerzo… La familia ejerce de guía en todo este proceso, acompañando al alumno en un aprendizaje no solo académico, sino que supone también desarrollar todas las áreas del individuo».
Según la experta, se trata de ayudarles en el conocimiento, en el sentido más amplio de la palabra, ayudándoles a dar sentido a aquello que, a priori, no ven porque si tienen ciertas carencias, tampoco serán capaces de afrontar otros vacíos del ámbito escolar. «Intelectualmente, hay alumnos que pueden ser muy capaces e inteligentes pero luego no pueden acometer los estudios porque tienen esas otras dificultades», ejemplifica. «No es solo una cuestión intelectual -subraya-, sino que viene dada por ciertas carencias en otras facetas humanas».
Comunicación y entendimiento
Por todo ello, es fundamental siempre hablar, discutir y explicarse. De hecho, una de las situaciones que suelen darse fruto de esa falta de comunicación con los hijos es que «hay veces que los chicos nos dicen: ‘A mis padres no les importo yo, solo mis notas’. Y no es verdad», recuerda la experta.
«Las familias pueden dar esa impresión a veces porque a los padres les preocupa que tengan un buen currículo académico. Y ellos interpretan que si las notas van bien, todo va bien. Sin embargo, cuando vemos que los hijos no sacan buenas notas, a pesar de ser buenas persona o de tener otras virtudes, parecen un desastre. Es fundamental no olvidarse de que los hijos son algo más que puros estudiantes».
En este sentido, recuerda Santelesforo, «la neurociencia ha demostrado que si no hay emoción, no hay aprendizaje» . Por tanto, si hay bloqueo a nivel emocional, estrés, depresión… el menor va a presentar dificultades serias a la hora de aprender. «A un alumno que esté en una situación así no se le puede pedir que acometa lo académico, por muy inteligente que sea, porque el cerebro no está preparado».
Por ello, las familias y el colegio deben trabajar juntos y acompañar desde el origen al estudiante con esa dificultad o problema que le lleva a decir que no quiere estudiar. «Si se le ve más triste, contestón, irascible, con menos ilusión… es probable que le pase algo», alerta la experta. Es cuando los padres deben activar las alarmas y observar para analizar si ese cambio de actitud responde a algo más profundo.
Calma y tiempo
Al final, «el sufrimiento de un hijo remueve mucho», reconoce. Y por eso es vital que el menor tenga un seguimiento a nivel escolar y familiar. «Hay ocasiones en las que se deriva en el colegio responsabilidades que son de la familia. Estas, a su vez, se ven desbordadas y no saben qué hacer», cuenta.
Según recuerda la responsable del departamento de Orientación del Colegio Estudio, «padres y madres han de asumir la responsabilidad en todo lo que tiene que ver con los estudios de sus hijos pues, a veces, sin querer, se delega la función educativa en el colegio exclusivamente y eso no puede ser. Los menores pasan muchas horas en el colegio pero la responsabilidad última de la educación de los hijos, en el sentido más amplio, es de la familia».
Pero la realidad es que, por mucha complejidad que presente la situación, «cuando una familia está dispuesta a guiar y acompañar, el pronóstico es muy bueno», continua la experta, «aunque en un principio siempre nos parezca que no hay salida».
Por último, recuerda que a pesar de que llevemos ritmos de vida frenéticos, especialmente en las grandes ciudades, no se puede pretender querer todo ya a pesar de que «las nuevas tecnologías están contribuyendo a este estilo».
Los procesos educativos «requieren de cierta calma y serenidad». Este mensaje es el que debe calar en los menores pues «no se trata de ponerse en la tarde anterior a preparar el examen sino de aprender desde la calma y la serenidad para que todo el aprendizaje se vaya sedimentando».
«Familias y educadores -recuerda la profesional- tenemos que ser modelos a seguir», pues padres y madres no pueden pretender aprender a cocinar en diez minutos por mucho que un vídeo en la plataforma de una red social así lo asegure.
En segundo lugar, a los los adultos les toca también «armarse de paciencia». Es decir, por mucho que los padres quieran que su hijo aprenda a leer ya, no lo va a conseguir por exponerle antes. «El aprendizaje requiere de tiempo. Y las cuestiones emocionales aún más», concluye.
Fuente: https://www.abc.es/
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