Uno de cada cuatro encuestados por OCU antes de la pandemia tenía síntomas claros de dependencia. Si en 2019 los adultos miraban el móvil una media de 96 veces al día, hoy lo revisamos una media de 352 veces al día, casi cuatro veces más.
LAURA G. DE RIVERA
¿Te sentirías molesto si no pudieras buscar información o revisar los mensajes en tu móvil siempre que quieres? ¿Te asusta quedarte sin batería? ¿Se queja tu familia de que dedicas demasiado tiempo a la pantalla de tu teléfono? ¿No lo sueltas ni para ir al baño? Si has respondido que sí a todo, probablemente, pertenezcas a ese creciente porcentaje de población que está enganchado a su smartphone.
Nada menos que uno de cada cuatro encuestados por OCU antes de la pandemia tenía síntomas claros de dependencia. Según sus datos, en España, el índice medio de adicción era de 31,4, en una escala de 20 a 100. Con la llegada del confinamiento y la posterior superdigitalización de todos los ámbitos de nuestra vida (que parece que ha llegado para quedarse), la cosa no ha hecho más que empeorar.
Este 2022, un estudio estadounidense apunta que, si en 2019 los adultos miraban el móvil una media de 96 veces al día (durante un total de cinco horas diarias), hoy lo revisamos nada menos que una media de 352 veces al día, casi cuatro veces más. Para ser exactos, una vez cada tres minutos, de acuerdo con los investigadores. Aunque nos somos muy conscientes de ello y, cuando se nos pregunta, estimamos ese tiempo en la mitad, de acuerdo con un estudio de la Universidad Nottingham Trent (Reino Unido), publicado en la revista PloS One. Los datos en España son parecidos. Por ejemplo, el Informe Ditrendia: Mobile (2021) asegura que 7.6 millones de españoles se consideran «adictos» a los dispositivos móviles. Y el 61% admite que mirar el teléfono es lo primero y último que hace todos los días.
Más tontos e irritables
El 50% de los chavales estadounidenses es adicto a su smartphone
Si hablamos de jóvenes y adolescentes, la cifra empeora. Un informe de Common Sense Media señala que el 50% de los chavales estadounidenses es adicto a su smartphone. España no les va a la zaga: un estudio que Caritas dio a conocer el pasado mes de marzo revela que el 37% de los chicos menores de 20 años pasan más de seis horas diarias con el móvil. Es decir, la cuarta parte de un día con su noche. «Hemos asesinado todos o casi todos los momentos de espera que antes sazonaban nuestras vidas y nos proporcionaban espacios saludables para la reflexión, el descanso o la simple evasión tranquila», observa Sergio Legaz, autor del libro Sal de la máquina.
¿Las consecuencias? Irritabilidad, patrones de sueño trastocados, o disminución del rendimiento y la capacidad de atención y concentración son algunas de ellas. Por no hablar de los conflictos con la familia y la pareja, que no pueden competir con nuestro enganche. Vivimos la era del phubbing –de phone (teléfono, en inglés) y snubbing (despreciar, ignorar)– que sufren «todas aquellas personas que consideran que todo puede esperar… salvo lo que acontece en las pantallas de sus dispositivos táctiles», dice Legaz.
Además, es un mal hábito que entorpece nuestra carrera, ya sea como estudiantes o en el trabajo. Por ejemplo, un estudio de un equipo de psicólogos de la Universidad Estatal de Washington publicado a finales de 2021, «cuanto más se usa el teléfono durante el estudio, mayor es el impacto negativo en el aprendizaje». Otros expertos van más allá y aseguran que pasar tanto tiempo delante de nuestro apéndice digital nos está volviendo más tontos. Con el smartphone siempre en mano, «es mucho más difícil practicar el pensamiento contemplativo, reflexivo o introspectivo. De esa manera, es muy difícil convertir la información en recuerdos ricos y conectados, que es lo que nos hace inteligentes», opina Nicholas Carr, autor de The Glass Cage: How Computers are Changing Us.
Engachados por la dopamina
Como las drogas, el móvil activa como si fuera una verbena de feria el centro de recompensa del cerebro que, igual que pasaba con el perro de Paulov, suelta un chute de dopamina cada vez que recibimos una notificación, un nuevo Whatsapp o un Me gusta. O, incluso, cuando anticipamos que podríamos recibirlos y vamos a mirar la pantalla para comprobarlo. «Aunque todavía no está tipificado como trastorno en las clasificaciones homologadas de enfermedades mentales, tiene el mismo patrón que otras adicciones conductuales, como la compra compulsiva o el juego patológico».
Como las drogas, el móvil activa el centro de recompensa del cerebro que suelta un chute de dopamina cada vez que recibimos una notificación
Cumple los criterios de dependencia psicológica, entendida como anhelo irresistible de conectarse, con malhumor y otros rasgos de abstinencia, si no se puede llevar a cabo. Además, el afectado cada vez necesita dedicarle más tiempo para satisfacer esa ansiedad, experimenta distorsiones cognitivas (negación o minimización del problema) o conflicto con el entorno familiar, social o laboral», nos explica la doctora Dominica Díez Marcet, responsable de la Unidad de Juego Patológico y Otras Adicciones No Tóxicas de la División de Salud Mental de la Fundación Althaia, dentro de Xarxa Asistencial Universitaria de Manresa.
Síndrome de abstinencia
Como cualquier droga, también, privarse del móvil produce mono. Un experimento de la Universidad McMaster de Ontario, comprobó que quedarse sin el smartphone provocaba en los adictos participantes grandes dosis de miedo, angustia y estrés. Diez minutos de separación bastaban para que su cerebro empezara a liberar cortisol -hormona del estrés– y para que tuvieran palpitaciones y sudoración en las palmas de las manos.
Entonces, ¿dónde está la frontera entre ser adicto y ser usuario de un smartphone? «El límite entre efecto benigno del teléfono a potencialmente dañino aparecía después de dos horas diarias entre semana. Su empleo recreativo en el fin de semana tenía un límite más amplio, 4 horas y 17 minutos», concluía un equipo de psicólogos de la Universidad de Oxford, tras analizar esta cuestión en un grupo de 120.000 voluntarios.
¿Y tú? ¿Dónde está tu tope? Es hora de hacer balance y preguntarte si de verdad merece la pena perder tanto tiempo de vida mirando este rectángulo brillante lleno de anzuelos. ¿Qué te estás perdiendo mientras tienes los ojos clavados en él?
Fuente: https://www.publico.es/