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Yale descubre cómo las malas experiencias en la infancia pueden propiciar cambios cerebrales

Infancia

En un nuevo estudio, psicólogos de Yale descubren un vínculo entre la adversidad en la infancia, el neurodesarrollo y la resistencia a la ansiedad en la edad adulta, pero el momento es importante

Clara González

No es nuevo que los niños que se enfrentan a acontecimientos traumáticos o estresantes durante la infancia tienen un 40 % más de probabilidades de desarrollar trastornos de ansiedad cuando son adultos. Investigaciones anteriores lo habían demostrado, y también que la mayoría de personas que viven estas experiencias se vuelven más resistentes a estos efectos sobre la salud mental.

Lo que no se sabía era que el momento en que esos eventos ocurren tiene un impacto definitivo en las consecuencias que pueden tener a largo plazo. Así las cosas, un equipo de psicólogos de la Universidad de Yale ha concluido que no todas las adversidades tienen por qué ser perjudiciales, sino que experimentar niveles de adversidad de bajos a moderados durante la infancia (entre los 6 y los 12 años) y la adolescencia puede fomentar la resistencia a la ansiedad en etapas posteriores de la vida.

«Los mayores niveles de adversidad en la infancia se asocian con un mayor riesgo de problemas de salud mental en la edad adulta, pero nuestros hallazgos sugieren que la historia es más matizada que eso», dijo Lucinda Sisk, autora principal del estudio.

Los investigadores descubrieron que las personas que habían desarrollado resiliencia ante los problemas de salud mental mostraban distintos patrones de activación cerebral cuando se les pedía que diferenciaran entre peligro y seguridad, un proceso que se sabe que está alterado en las personas con trastornos de ansiedad.

Un estudio pionero

Según explican, sus hallazgos sugieren que este patrón de distinto en la distinción entre peligro y seguridad (concretamente, una mayor activación de la corteza prefrontal) está relacionado con niveles más bajos de ansiedad. Para llevarlo a cabo, el equipo evaluó los patrones de exposición a eventos adversos en 120 adultos en cuatro etapas del desarrollo (primera infancia, infancia media, adolescencia y edad adulta). A través de neuroimágenes, examinaron los circuitos cerebrales que integran la emoción, la cognición y la memoria y vieron cómo estos reaccionaban a las señales que indican amenaza o seguridad.

Todos los participantes fueron divididos en tres perfiles: aquellos con un nivel bajo de adversidad a lo largo de su vida, los que enfrentaron un nivel de adversidad de bajo a moderado y aquellos con un nivel alto. Fue el segundo grupo, con una activación neural alta ante la seguridad y baja ante la amenaza, el que mostró niveles de ansiedad significativamente más bajos en comparación con los otros dos grupos.

El momento importa

«Este es uno de los primeros estudios que demuestran que el momento de exposición a la adversidad es realmente importante y qué procesos neuronales subyacentes podrían contribuir al riesgo o a la resistencia a la ansiedad tras la adversidad», afirma la coautora de la investigación, Dylan Gee. «Si el mismo factor estresante se produce a los 5 años y no a los 15, está afectando a un cerebro que se encuentra en un momento muy diferente de su desarrollo», continúa.

Las implicaciones del estudio ponen de relieve los periodos sensibles en los que el cerebro es especialmente plástico o flexible, y las experiencias vitales pueden tener un impacto significativo en la salud mental futura. Por ello, la investigación subraya la importancia de tener en cuenta el momento y la naturaleza de las adversidades de la infancia para comprender mejor sus consecuencias en el futuro.

Fuente: https://www.eldebate.com/

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