El verano

El verano es un buen momento para aprender sobre las emociones jugando

Lo más importante en la infancia no es que un sentimiento se valide, se entrene o se mire en positivo, sino enseñar a los niños a compartir lo que sienten y a que tengan en cuenta el contexto en el que lo hacen

CÉSAR DE LA HOZ – Madrid 

Una emoción es un estado bidireccional desde un punto de vista social. No solamente es la expresión de algo que te pasa, ya sea a nivel cognitivo o fisiológico, sino la forma en la que lo expresas para que te entiendan. Por eso, la cuestión emocional en la infancia no debe referirse solamente a la capacidad de reconocer y validar emociones, sino a saber comunicarlas. Cuando padres y madres enseñan a comunicar, más que validar las emociones de sus hijos e hijas, van a ayudarles a adquirir una serie de habilidades que les serán útiles en diferentes contextos.

Para enseñar a comunicar emociones hay que hacer dos cosas: primero, despatologizarlas, y segundo, sacarlas del terreno terapéutico para llevarlas al educativo. Estamos viviendo una época poscovid donde se está recurriendo a terapia, cuando lo que se necesita es enseñar a comunicar lo que tu hijo o hija sienten para ser comprendidos. Esto quiere decir que no nos tenemos que quedar solo en el yo (validar y entender lo que se siente), sino ir más allá: enseñar a poner en palabras un sentimiento para poder compartirlo, llevando el proceso a educar más en una necesidad social y comunicativa que en una necesidad personal y egocéntrica.

Por ejemplo, por mucho que se enfade tu hijo porque no le das en el supermercado una bolsa de patatas, no hace falta explicarle que las patatas tienen sal y grasas saturadas que son perjudiciales para la salud ni abrazarle porque se ha enfadado. En cambio, puedes decirle que no y no pasa nada si lo has trabajado antes para que entienda que ese no es el momento ni el lugar para enfadarse. Esto es muy importante desde el punto de vista del adulto porque, ¿dónde está el límite en este sentido? ¿Hay que explicarlo todo cada vez que un niño o una niña se enfada? Es fundamental señalar que esto no quiere decir que una emoción se inhiba, sino que hay que enseñar la relación entre contexto y emoción para saber si es adecuado o no expresar algo en un entorno determinado y de manera efectiva para establecer relaciones saludables con los demás, en vez de hacerlas girar en torno a uno mismo.

Por lo tanto, considero importante dar a la emoción una visión pedagógica. Desde este punto de vista, hay dos aspectos que atender y trabajar: lenguaje y acciones. Es decir, lo que digo y lo que hago. El lenguaje (tanto interno como externo) tiene una función inhibida y de autocontrol y es en los años de Educación Infantil y primer ciclo de Educación Primaria donde podemos empezar a trabajar este proceso y fomentar el uso del lenguaje y la comunicación para regular la emoción a través de la mediación verbal (autorregulación) y la expresión en voz alta de la misma (comunicación social). Así, por un lado, habrá conciencia de lo que se siente y, por el otro, una buena explicación de ese sentimiento para entender si es adaptativo o no. En el fondo, una rabieta es una conducta desadaptativa en un contexto determinado. En este sentido, validar una emoción per se no soluciona nada. Sin embargo, enseñándoles a comunicar adecuadamente, y, por tanto, a dialogar, se genera una buena gestión y expresión emocional adaptativa y socialmente aceptable.

Y aquí entra en juego el verano, pues, ahora que pasamos muchas horas con nuestros hijos, podemos jugar a las emociones por muchos motivos, pero sobre todo por dos:

  1. Esto hace que te anticipes al proceso de tener que validar, que es algo que pasa una vez la emoción ha aparecido o ha explotado, lo que significa que ya vas tarde.
  2. Enseñarle a saber identificar no solo una emoción, sino su relación con un contexto y, por lo tanto, a tener perspectiva y saber gestionarla mejor saliendo del egocentrismo y buscando ayuda.

¿Y cómo lo hacemos? Pues jugando. Qué mejor manera de enseñar algo que con un juego en la piscina o en la playa este verano. Aquí van algunas opciones para ello.

  1. Juegos de imitación. Para entrenar una emoción hay que aprender a prestar atención. Emoción y atención son dos procesos que van de la mano. Si no atiendes a la emoción, te desborda, por lo que es muy importante atender, y una buena práctica para trabajar la atención son los juegos de imitación. ¿Qué cosas podemos imitar? Gestos y palabras, y acompañarlos con explicaciones. Por ejemplo, si dices que estás llorando, ¿qué gesto haces y qué dices? ¿Y si estás alegre o avergonzado? Es valioso hacer y explicar a la vez porque lenguaje y acciones van de la mano. Por supuesto, primero lo haces tú y luego lo hace tu hijo o tu hija. Así reforzamos el vínculo entre lo que siento, cómo atiendo a ese sentimiento y cómo lo pongo en palabras.
  2. Juegos de seguir instrucciones. Pasamos de la atención a la memoria: primero atiendes y luego memorizas; es un proceso muy mecánico, pero que puede ser muy divertido. Dile a tu hijo que haga tres cosas y que luego te diga lo que ha hecho para ver si se acuerda y así trabajar algo tan importante como la memoria. Por ejemplo, le dices: “Da una vuelta, da un salto y siéntate”. Tiene que hacerlo y luego recordar lo que ha hecho y decírteloSi no le sale a la primera, lo que es normal, se puede ayudar. Pero recuerda, el objetivo no es solo seguir una instrucción, sino recordar lo que se ha hecho para luego contarlo. Volvemos así a la importancia del lenguaje interno y externo, y el vínculo entre darme cuenta de lo que hago y cómo lo explico. Es un buen entrenamiento.
  3. Entender los detalles. Algo muy valioso a la hora de entender qué sientes o qué siente otra persona es fijarse en los detalles. Enseña a tu hijo o a tu hija una foto de una persona llorando y le preguntas: “¿Qué le pasa a esta persona?”. Seguramente dirá que está triste. Entonces le vuelves a preguntar: ”¿Por qué está triste?”. Lo normal es que te diga que le han castigado o le han pegado, insultado, que se le ha perdido algo… Básicamente, lo normal es que recurra a un factor externo. Pero lo verdaderamente importante es enseñarle a fijarse en el detalle. La respuesta correcta sería: “Está triste porque está llorando”. Enseñarle a darse cuenta de estos detalles, en este caso las lágrimas, es fundamental para identificar bien lo que sucede y saber explicarlo. Hay muchas fotos de emociones positivas y negativas que puedes utilizar para jugar, pero recuerda: lo crucial es el detalle.
  4. Saber expresarse. Los famosos “mensajes yo” son una forma muy interesante de expresar lo que a uno le pasa y no por el hecho concreto de expresar una emoción, sino por buscar una estructura que debe ir también hacia lo social: buscar ayuda o buscar soluciones comunes. Un “mensaje yo” o en primera persona no es solo decir qué siento (estoy triste, tengo miedo…) si no además decir cómo me siento. Aquí lo importante es entender lo que me pasa, el contexto y saber buscar una solución. No quedarse simplemente en la emoción, sino saber buscar una solución que tenga sentido en ese contexto. Volvemos de nuevo a la importancia del lenguaje y la comunicación como factores clave.

Estos cuatro juegos ―de imitación, de seguir instrucciones, de identificar detalles y de estrategia― tienen como objetivo aprender a expresar lo que le pasa a los niños, más allá de quedarse únicamente en la validación de una emoción. Así se trabaja el vínculo entre emoción y comunicación como factores de protección y crecimiento saludables.

Fuente: https://elpais.com/