Sistema Educativo

Begonya Gasch, psicopedagoga: «El sistema educativo es muy protocolario y rígido: la norma y el rendimiento no dejan espacio a la particularidad del alumno»

Fundó y dirige desde hace 20 años la primera Escuela de Segunda Oportunidad para niños y adolescentes expulsados del sistema educativo en España. En El Llindar, Barcelona, unos 5.000 adolescentes aherrojados han encontrado un lugar en el mundo. Hoy son casi 50 escuelas en todo el país, asociadas en E2O, pero la Administración las mantiene al margen, ignorando su modelo educativo

Elena Pita

Con la fuerza indomeñable que contagia la ira, una adolescente menuda rompe la puerta del aula y el estruendo llega al despacho de dirección. Accionada por un resorte que es compromiso, Begonya Gasch (Montellá de Cadí, Girona, 1965) se levanta de su silla, baja la escalera y encuentra a la chiquilla en el pasillo frente a la puerta desventrada: lejos de expulsarla, se sienta a escuchar, y la chica, que además de menuda es tímida y retraída, nunca antes capaz de hablar, suelta entre sollozos: «¡Estoy rota!» Como la puerta, de soportar adicciones y malos tratos en una familia y un sistema que no pueden ocuparse de ella. Ahí empieza el proceso, el recorrido educativo. A esto que sucede en El Llindar, Begonya le llama «una viñeta»: es el día a día de una institución pedagógica donde los desheredados del programa oficial vienen a encontrar su lugar posible en el mundo. Y sí, claro que es posible, si se trabaja con saber y valentía.

¿La adolescencia, como el enamoramiento, puede definirse como un proceso enfermizo de la conciencia?

El adolescente tiene dos sillas, la del niño y la del adulto, y se sienta en el suelo. Es un tránsito hacia algo que él mismo desconoce, y cuando el entorno no sabe analizar su complejidad, patologiza el proceso, lo que hoy constituye un gran problema.

Como sociedad, nunca hemos cuidado de nuestros adolescentes: a nosotros tampoco nos cuidaron, podríamos alegar egoístamente. Pero, en un contexto occidental, ¿no es cierto que hoy padecen una situación mucho más vulnerable que nunca antes en la modernidad posbélica?

No sabría hacer una comparativa, pero evidentemente su situación hoy es compleja, no tanto por lo que ellos viven sino por la dificultad del adulto a la hora de entenderlos: el adulto hoy no facilita el tránsito, recurrimos a nuestra propia experiencia y esto nos confunde, porque es absolutamente diferente. Hay que hacer un gran esfuerzo por entender qué hay detrás de su conducta errática, pero al adulto le conviene más tapar con una diazepina la angustia del que busca un lugar en el mundo que soportarla como parte dolorosa de la existencia.

¿Sensibilidad, medios, ilusión, qué falta en el sistema educativo?

Las tres cosas. Recursos, sin duda; pero si estos no vienen acompañados de una idea educativa y una ilusión o coraje, los medios se malgastan. Se necesita una política educativa robusta y una gobernanza valiente, para no dejar a la intemperie a alumnos y profesores. El oficio de educar hoy es complejo, el alumno ya no se queda quieto en su silla frente a la autoridad, no; pero el que quiera ser funcionario, lo cual me parece muy lícito, ha equivocado su profesión. Hay que cuidar a los profesores para que resistan los embates de los adolescentes y puedan permitirse una formación continua. Hoy los adolescentes vienen acompañados de muchas problemáticas, y El Llindar no es un espacio clínico, pero sí terapéutico, a base de escuchar y acompañar.

¿Por qué somos el país de Europa con mayor fracaso escolar?

Habría que poner en un primer plano la educación y la equidad, y preguntarse: qué entendemos por educación, y para mí es un proceso personalizado de descubrimiento de aptitudes. Pero tenemos un sistema muy protocolario y muy rígido, anclado en dinámicas de producción tal que una fábrica donde la norma y el rendimiento figuran en primer plano, lo que deja muy poco espacio a la particularidad del individuo. Por eso las dificultades aparecen cuando el adolescente no se acomoda al baremo estándar y revienta el sistema. Portugal revirtió sus índices de fracaso poniendo en primer plano la educación e incluyendo en el sistema la pedagogía de las escuelas de segunda oportunidad como medio para abordar el abandono prematuro; en siete años pasaron de un 14% a un 6% de abandono. La raíz está en el fenómeno de desafección del sistema educativo, que está falto de oxígeno y centrifuga a todos estos jóvenes que hoy en España son el 14% y están convencidos de que lo que ocurre en la escuela no tiene que ver con ellos.

¿Y por qué nuestras notas en el informe Pisa son siempre las más deficientes o casi? ¿Está de acuerdo en que el currículum de enseñanza en este país está francamente trasnochado?

Totalmente. Nosotros hemos construidos itinerarios propios de Formación Profesional en contacto con empresas del sector, por ejemplo en hostelería y mecánica; elaboramos un híbrido entre lo que la Administración exige y la empresa propone. Creo que en el aula hay que traducir e interpretar el currículo que el Ministerio propone, pero hay mucha sumisión. Nosotros subvertimos el encargo administrativo y lo adaptamos a lo que cada alumno necesita, lo que nos supone también mucha tensión oficial. Actuamos con mucha flexibilidad, al servicio de cada alumno y no al revés, como habitualmente sucede.

En el sistema educativo faltan recursos, sin duda; pero si estos no vienen acompañados de una idea educativa y una ilusión o coraje, los medios se malgastan.

Begonya, ¿a través de qué proceso llegan los chicos a El Llindar?

Llindar significa umbral, es el lugar para hacerse mayor responsabilizándose de los asuntos propios; y es móvil, está en permanente construcción, y además el nombre designa linde, frontera, margen: nosotros nacimos al margen. Los niños de enseñanza obligatoria son derivados por otros centros, los adolescentes nos escogen, y es ahí donde tenemos una demanda brutal (130 solicitudes para 30 plazas de hostelería, por ejemplo). Hay un ritual de acogida: la familia y los educadores hacen una visita al centro mientras el alumno se sienta conmigo a ser escuchado, y en esa conversación empieza todo.

¿Qué es lo primero que se aborda en su escuela cuando un chico llega expulsado del sistema educativo?

El acogimiento, la hospitalidad: les brindamos una mirada de bienvenida. A veces vienen muy enfadados («¡conmigo no vas a poder!») y hay que darles un tiempo de escucha que puede durar meses e incluso un año, hasta que hacen click, y entonces se prestan a trabajar, porque han entendido que es un trabajo con él y para él. Y muy importante es no poner la norma en primer plano, utilizar muchos síes al principio; tiempo habrá de conocer las normas, necesarias, y los noes.

¿Por qué ustedes consiguen motivarles y el sistema y las familias no? Es decir, ¿qué es eso que el Llindar ofrece que un joven jamás encontrará en un centro educativo estándar ni en una familia mayormente desestructurada?

Primero les invitamos a entrar, como quien invita a alguien a cenar en casa: eliges darle lo mejor. Luego viene la motivación, que es la parte pedagógica; pero lo más importante de todo es que se sientan escuchados de verdad, porque es fundamental descubrir qué malestar hay detrás de sus conductas para poder empezar a trabajar. Si yo tuviera en mi mente: éste es un vagabundo, un sinvergüenza que viene a romperme la clase, estaría reforzando el obstáculo que a él le impide aprender. Confío en mi mirada psicoanalítica, y eso el chico lo capta, siente que mi escucha es radical. Si un alumno no puede mantener la atención más allá de 30 minutos, le doy otra actividad. Los profesores aquí son artesanos, frente a adolescentes que quieren demostrar que no sirven para nada, porque es lo que les han hecho creerse. Cuando recogí con el alumno Eric Sánchez el Premio Blanquerna a la escuela, él dijo algo muy elocuente: «Yo no sabía que había tenido una primera oportunidad».

¿Y además de escuchar, cómo los forman?

Tras el primer momento, el de acogida, viene el recorrido: el itinerario se hace de acuerdo a lo qué él reconozca, lo demás es diseño, y aquí estamos en continua construcción. Y el tercer momento, dificilísimo, es cómo se sale, cómo se les deja marchar. Pero algo debemos de hacer bien porque chicos que vienen muy muy enfadados se van reconciliados con la vida y, mejor o peor, según sus capacidades, aprenden. Y aprenden sobre todo a poner palabras a lo que sienten y les sucede.

¿Cuánto daño hacen los prejuicios sociales a estos jóvenes expulsados del sistema?

Muchísimo, inimaginable. En el parque donde está la escuela han llegado a decirme: «¡¿Tú eres la que está con la escoria?!»; esto es muy significativo de la impotencia de la sociedad para acoger la diferencia y el sufrimiento de otros y asumir maneras de vivir distintas. Pero poco a poco hemos dejado de ser la escuela de los malos, los delincuentes, los locos… La escuela es una respuesta para aquellos que no tienen ganas de buscar un lugar en la vida, hay que descubrir qué les ha llevado a ese auto concepto de “escoria” y hacerlo sin favorecer su papel de víctimas: cronificar el victimismo es un gran error. La pena no ayuda a nada. En el instituto te expulsan, aquí te tomamos en serio. En la calle te insultan, aquí te mostraremos que eres capaz de ser un sujeto que decide.

Begonya, debe de ser durísimo el día a día, ¿llora usted mucho?

A veces una termina muy tocada, sí, pero no podemos negar a estos adolescentes la responsabilidad de ser sujetos que busquen un lugar en la vida.

¿De dónde, cómo y cuándo nace su desvelo por los adolescentes?

Primero soy hija de una maestra de pueblo: a mí me acunaban los alumnos de mi madre, en la escuela de Montellá de Cadí (el monte por donde se accede a la Cerdanya, Girona). La educación siempre ha sido una prioridad. Luego tuve una adolescencia complicada: mi madre se trasladó a Barcelona y eligió una escuela en el barrio de El buen pastor, mis compañeros eran de etnia gitana, gente muy pobre y enfadada, y ahí fue donde me di cuenta de que había dos mundos, y esto me dejó el legado del compromiso educativo y social. Y todo se complicó cuando, a los 15 años, mi madre empezó con una demencia que sólo mucho después supimos que era Alzheimer. No tuve una adolescencia fácil, y aprendí el sufrimiento que supone no encajar en una institución. Todo ello se unió a mi pasión por la educación como elemento transformador del mundo, y nació mi compromiso por pensarlo de otra manera y hacer más soportable la vida.

Ha sido pionera en esto de la «segunda oportunidad» y son ya casi 50 centros toda España asociados en la E2O: ¿por qué no tienen ustedes más voz?

Fui pionera en Cataluña de un concepto que ya existía en Francia: dar una segunda oportunidad no ya a los chicos sino al sistema, que le cuesta reconocer y aceptar que otros desde fuera puedan ayudar a resolver el problema. Pero de momento nos mantienen al margen de sus propuestas educativas. Hay una gran falta de valentía. El abandono escolar prematuro requiere coraje político y no pretender tener a todos los agentes contentos (sindicatos, profesores, etc.) Es complejo, y hemos andado mucho, pero nos topamos con una visión muy arcaica que no quiere ampliar el perímetro y encajar nuestro modelo en todas las aulas.

Fuente: https://www.epe.es/