Educamos a los hijos

«Educamos a los hijos para que sean buenos y piensan que todo el mundo es así, hasta que descubren que no y surge el problema»

El psicólogo y escritos Xavier Guix explica en esta entrevista el efecto y repercusión de educar en el ‘buenismo’

LAURA PERAITA

Xavier Guix es psicólogo, experto en psicopatología clínica, especialista en comunicación y procesos de autoconocimiento. Además es autor de 14 libros. Su última obra, ‘El problema de ser demasiado bueno’ de Arpa editores, ofrece un manual de psicología para los que confunden ser una persona buena con dejar de ser uno mismo, no generar ningún conflicto, no desobedecer o cumplir siempre con las expectativas ajenas. Y es que, poco se habla de un patrón que todos tenemos normalizado e integrado de ‘ser bueno’, sin ser conscientes de las repercusiones a nivel de salud mental y emocional que ello conlleva: el buenismo.

¿Cuándo ser bueno es un problema?

Principalmente cuando afecta a la persona, cuando el beneficio es para los demás y menos para uno mismo. Cuando uno se da cuenta que no se tiene en cuenta y que los demás se están aprovechando de ser buena persona.

¿Desde que nacemos nos vemos sometidos por la educación de los padres a frases como: ‘pórtate bien’, ‘obedece’, ‘no molestes’, ‘cállate, no digas eso’, ‘no interrumpas’… ¿De qué manera influye este tipo de ‘órdenes’ en la configuración mental y emocional de un niño?

Los niños interiorizan esos mensajes con absoluta normalidad porque forman parte de las condiciones para ser amados y sentirse bien. El problema empieza cuando son más mayores porque es cuando descubrimos que aquellos mensajes han configurado una personalidad, una manera de ser que entra en contradicción con otras maneras de funcionar. Uno puede pensar que todo el mundo es así, hasta que descubre que no y cree que su manera de ser es errónea.

¿Y en su desarrollo como adulto?

Dado que esos mensajes se han convertido en una identidad personal, ahora no se sabe funcionar de otra manera, generando una especie de imposibilidad de dejar de ser buenas. Se van a angustiar cada vez que teman que no están siendo suficientemente buenas, si no están a la altura, si temen equivocarse y fallar a los demás.

¿Forman este tipo de frases parte de la educación para estar integrados en la sociedad? ¿Es necesario cambiarlas? Si es así, ¿por cuáles?

El problema de estos mensajes, que se van convirtiendo en guiones de vida, es que no se dirigen a aspectos concretos referidos a nuestra conducta, sino que te etiquetan como un todo. Decir «pórtate bien» es una generalización, un mensaje que tu forma de ser debe ser buena. En cambio, es muy diferente que te digan por ejemplo «cuando estemos en el restaurante no te muevas de la silla y no comas con las manos». El mensaje específico define mejor lo que se espera.

¿Qué implica querer ser bueno siempre ante los demás?

La peor de las implicaciones es que uno se olvida de sí mismo, que convierte los deseos de los demás en sus necesidades y que no siente que vive su vida, sino la de los demás. Para ello deberá ser obediente, complaciente, sin límites muy precisos y dependiendo casi siempre de la aprobación de los demás.

¿Por qué da a veces tanto miedo mostrarse como es uno mismo?

Lo más temido en la experiencia social humana es el rechazo. La vida en grupo de nuestros ancestros, la protección de la tribu, se perdía si alguien era rechazado, o lo que es lo mismo, quedaba expuesto a la intemperie. Arrastramos programaciones atávicas en las que ciertos miedos como el rechazo condicionan el mostrarnos tal como somos y exponernos a no gustar. Hay a quien no le importa, pero a la mayoría de la gente le importa y mucho.

¿Qué es exactamente la ‘mala bondad’?

Una serie de actitudes que perjudican a la persona: exceso de obediencia, la orden de portarse siempre bien, sufrir por fallar o no ser suficientemente buenos y la represión de la ira o el enfado, aspecto que podría generar rechazo. Entonces no se ponen límites y al final la persona se siente usada.

¿No supone una condena? ¿Qué conflicto internos genera?

El mayor de los conflictos se refiere a la disociación psicológica; es decir, el vivirse hacia afuera de una manera y sentirse de otra por dentro. Llega un momento que la misma persona no sabe quién es, ni si lo que quiere lo quiere, o lo quiere porque los demás lo quieren así. Con el paso de los años, esta conducta complaciente y de priorizar siempre a los demás se convierte en resentimiento hacia la gente porque se sienten desengañados, injustamente tratados y con la sensación de que los han usado.

En realidad, ¿se es bueno o se aparenta ser bueno?

Nuestra naturaleza es intrínsecamente buena porque venimos a la vida con el equipaje para nuestra máxima realización. Solo que por el camino podemos perdernos, confundirnos, y ser más apariencia que esencia. En realidad, no hay que ir de buenos sino hay que hacer el bien. La bondad en acto consiste en hacer el bien para uno mismo, para los demás y para el mundo.

¿Se pueden sanar estas heridas según se va desarrollando la persona, o ya es demasiado tarde?

Siempre estamos a tiempo, solo que si esas programaciones están muy arraigadas en nuestro cerebro, cuanto más se tarde más costoso será. La buena noticia es nuestra plasticidad neuronal, pero el cambio requiere de entrenarse durante tiempo en generar nuevos hábitos. También ciertas prácticas como la meditación, ayudan mucho a irse desidentificando de esas programaciones.

¿Qué mensaje daría a los padres en este sentido?

Junto con su labor educativa, los padres deben acompañar a sus hijos, permitir que se expresen y que exploren sus tendencias, sus preferencias, hasta dónde los límites sean necesarios. A veces se tiende a moldear a los hijos a imagen y semejanza o a quererlos orientar según las preferencias de los padres o de las modas imperantes. Como dijo Platón: educar, por encima de todo, es sacar de dentro.

Fuente: https://www.abc.es/