Perder los nervios con los hijos tiene importantes consecuencias sobre su salud cerebral y emocional
CARLOTA FOMINAYA
«Es que me desquicia», «me saca de mis casillas», «no puedo con él», «solo reacciona cuando le grito»… Dejar de pensar o decir estas frases es el propósito de muchos padres, que encaran el 2023 con el deseo de dejar de vivir en el conflicto con sus hijos.
Porque todos queremos ser, asegura la psicóloga Laura Cerdán, «ese papá o esa mamá perfectos, tranquilos, capaz de mantener la calma en todas las situaciones, que habla bajito, sin violencia. Esa madre o ese padre que leemos en todas partes que hay que ser».
Sin embargo, en la vida real hay situaciones que nos sobrepasan y nos pueden hacer perder la paciencia. «Las discusiones entre hermanos, las rabietas de los más pequeños, o el estrés permanente en el que las familias están instaladas pueden sacar de quicio a cualquiera», reconoce Cerdán.
En efecto, «la sobrecarga, las prisas, o el cansancio… son los enemigos número uno de la crianza. Pero no se puede educar a un niño desde ese estado alterado y, por supuesto, nada justifica gritar a un niño», corrobora la terapeuta y autora de ‘Niños Altamente Sensibles’, Úrsula Perona.
Otro de los motivos habituales detrás de los chillidos en casa, sugiere esta experta, suele ser la reproducción del estilo educativo de nuestros padres. «Pero lo que funcionaba o era habitual hace cincuenta años no tiene por qué serlo ahora, por suerte. Puede que tengamos que identificar si hemos actualizado ese estilo al de nuestra época a nuestros conocimientos actuales sobre educación y valores».
¿Y si tu jefe te gritara, qué pensarías?
El problema, sugiere el psicólogo Rafa Guerrero, director de Darwin Psicólogos y autor de numerosos libros como ‘El cerebro infantil y adolescente’, o ‘Los 4 cerebros de Arantxa’, es que «hemos normalizado que los padres griten a sus hijos. Nos agarramos a la idea de que «como siempre se ha hecho»... pues lo hacemos y punto. Pero si le preguntáramos a un adulto si le gustaría que su jefe le chillase constantemente, le gritara y no le respetara, te diría de manera rotunda que no. Normal, pero no caemos en que a los niños tampoco les gusta ni se sienten respetados cuando alzamos la voz. Nos creemos en el derecho de chantajearles de esta forma cuando no nos gustaría que otros adultos nos hicieran lo mismo». Sobre todo, añade Guerrero, «porque perder los nervios con los hijos tiene importantes consecuencias sobre su salud cerebral y emocional».
Cuando gritamos, explica Álvaro Bilbao, autor de ‘El cerebro del niño explicado a los padres’ -, «nuestro hijo entiende que hay una amenaza cerca. Esto activa su sistema nervioso simpático y pone en marcha una serie de reacciones psicofisiológicas para afrontar ese peligro: se disparan el cortisol y la hormona del estrés, aparece la tensión muscular, se acelera la respiración… Pero, sobre todo, se produce un bloqueo que hace que el menor se quede paralizado y sin capacidad de atender o comprender bien lo que se dice. No puede escuchar porque solo se está fijando en nuestro rostro y en cómo evitar la sensación de peligro».
Es importante saber que los menores que se crían en un entorno de voces, prosigue Perona, «a menudo acompañadas de descalificaciones continúas, muestran en los estudios más tendencia a tener conflictos en el colegio, baja autoestima, a la vez que niveles más altos de agresividad, ansiedad y depresión».
«Ser conscientes de todo esto es muy importante. Porque si un padre no es capaz de gestionar sus impulsos y sus frustraciones, es difícil que trate con respeto y paciencia a sus hijos», concluye Guerrero
Fuente: https://www.abc.es/
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