Telefono

No me llames que me asusto: por qué la generación Z y los millennials no contestan al teléfono

Marina Carrasco

«Llama, grita, si me necesitas», recordarán los nacidos en los dos mil de los créditos iniciales de la serie Kim Possible. Y puede que la generación Z (los que ahora tienen entre 15 y 30 años aproximadamente) se haya criado escuchando eso, pero definitivamente no es algo que practiquen en su día a día. Ni ellos ni buena parte de los millennials (de 30 a 45), de acuerdo con un estudio realizado por el comparador online británico Uswitch que revela que una cuarta parte de los jóvenes entre 18 y 34 años nunca contesta al teléfono. ¿Y qué hacen en su lugar? Lo ignoran, responden por mensaje o, si no reconocen el número, lo buscan en Internet.

La encuesta, realizada a 2.000 personas, también concluye que casi el 70% de los jóvenes encuestados prefiere un mensaje de texto a una llamada telefónica. Un porcentaje que disminuye si preguntamos a las generaciones más veteranas, más acostumbradas a usar el dedo índice para llamar que los pulgares para escribir. Pero, ¿por qué? ¿Qué ha pasado para que los jóvenes eviten a toda costa tener que hablar por teléfono?

Miedo a la espontaneidad y «no tengo tiempo»

Una de las razones sería «la falta de seguridad en sus habilidades comunicativas ante la conversación presencial y síncrona», afirma Enric Soler. Para este profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), esto es lo que hace que «los jóvenes pongan en marcha mecanismos de defensa como la evitación: si no responden, no hay oportunidad de poner a prueba ese déficit de habilidades», subraya.

No es que los jóvenes no se comuniquen con familia o amigos, sino que lo hacen de otra manera. Concretamente, de una que implica disponer del tiempo que sea necesario para pensar bien la respuesta como son los mensajes de texto.

«Los jóvenes perciben la llamada tradicional como una estrategia comunicativa arriesgada, porque en una llamada no pueden borrar las palabras pronunciadas en vivo dentro de una conversación», explica Ferran Lalueza, profesor e investigador de los Estudios de Ciencias de Información y de la Comunicación de la UOC. «Esto les genera menos seguridad y confianza que emplear una nota de voz», ejemplifica. Esta es, por ejemplo, la forma de comunicación preferida del 37% de los jóvenes entre 18 y 34 años, que permite repetir el mensaje las veces que queramos antes de enviarlo, aunque eso signifique sacrificar la espontaneidad.

Recibir una llamada entrante también implica no saber cuánto va a durar la conversación, y eso es algo a lo que los jóvenes prefieren no arriesgarse. «Es una intrusión que el joven no sabe cuánto tiempo lo mantendrá ocupado, y además tiene la percepción de que quien llama tiene más necesidad que quien recibe la llamada«, afirma Soler.

No news, good news

Otro motivo por el que las llamadas telefónicas tiene cada vez menos adeptos entre los más jóvenes se puede reducir al dicho anglosajón No news, good news («no tener noticias son buenas noticias»), cuyo equivalente en castellano podría ser «no me llames que me asusto». Para el 53% de los encuestados las llamadas improvisadas son sinónimo de malas noticias. Una especie de «si no cojo la llamada, el problema no existe».

De acuerdo con la psicoterapeuta Eloise Skinner, esta ansiedad hacia las llamadas nace del ritmo frenético de la sociedad actual: «A medida que nuestras vidas se vuelven más ajetreadas y nuestros horarios de trabajo más impredecibles, tenemos menos tiempo para llamar a un amigo, simplemente para ponernos al día. De esta manera, las llamadas telefónicas se reservan para las noticias importantes de nuestras vidas, que a menudo pueden ser complicadas y difíciles«, concluye.

Pero esto no significa que nunca sea un buen momento para llamar por teléfono. Según el estudio, el 53% de las personas encuestadas se sentiría ofendido si un amigo o un familiar no llamase al comunicar una buena noticia como una boda o un embarazo. Así que quizá habrá que llamar más para, poco a poco, acostumbrarnos a asustarnos menos.

Fuente: https://www.elindependiente.com/