La madurez de los jóvenes y no su edad es lo que da la pista de hasta qué punto los progenitores pueden aflojar o no la cuerda. Dejarles equivocarse y experimentar fomenta su autonomía y fortalece su autoestima
CRISTINA BISBAL DELGADO
Por fin han acabado las clases en colegios e institutos, se han realizado los exámenes de recuperación y de la EVAU. Las vacaciones ya están aquí y, con ellas, las ganas de salir, esparcirse, conocer gente y vivir nuevas experiencias. En verano, las largas horas de sol y el buen tiempo incitan a pasar más tiempo en la calle y menos en casa. Nos pasa a los adultos y, por supuesto, les pasa a los adolescentes, quienes ven este momento del año como una oportunidad para alejarse de sus progenitores.
Antes de echarse las manos a la cabeza por aquello de que se alejen siendo tan pequeños, se debe recordar que eso es parte de su trabajo durante la adolescencia. La adolescencia es la etapa intermedia entre la infancia y la edad adulta. Es decir, están en el proceso de convertirse en adultos, con todas las responsabilidades que eso conlleva. Y para ello deben ir adquiriendo autonomía, aprendiendo a ser independientes y tomar sus propias decisiones.
Diana Al Azem, orientadora educativa y creadora de la web Adolescencia positiva, lo tiene claro cuando afirma que para ellos “es esencial sentir que pueden resolver sus problemas, contar con un grupo de iguales que les entienda, tener la percepción de que están preparados para ir alejándose poco a poco de sus progenitores”. No hay mejor manera de hacerlo que dejándoles adquirir cierta autonomía, algo que, de paso, les ayudará a aumentar su autoestima, esencial en esa etapa de la vida y también, evidentemente, en la etapa adulta.
Lo que supone darles esa independencia lo define muy bien esta frase de Ana Gómez Peña, psicóloga general sanitaria especializada en TCA y población infantojuvenil: “La independencia enseñada de forma adaptativa permite que el adolescente madure y empiece a crear algo nuevo e íntimo como es su identidad”. Y continúa afirmando que dándoles autonomía “se vuelven más responsables a nivel individual y social, ya que se enfrentan a los retos de la vida y pueden aprender de las consecuencias de manera directa, y, por lo tanto, el razonamiento lógico”.
El verano, el mejor momento
Queda claro, como resultado, que hay que ir dejando que la cuerda se afloje. Y parece que las vacaciones de verano son un buen momento para ello. Porque no tienen que levantarse pronto para ir al centro escolar, los amigos están más disponibles, las fiestas del pueblo o del barrio incitan a ello…. Y, además, los padres han podido comprobar a lo largo del curso recién finalizado su nivel de madurez y su capacidad para responsabilizarse de sus actos.
Precisamente su madurez y no su edad es lo que da la pista de hasta qué punto se puede aflojar o no la cuerda. Siempre y cuando se tenga en cuenta que cada adolescente es único y diferente y que “los límites y los derechos se van moderando progresivamente año a año, teniendo siempre en cuenta que cada adolescente lleva su propio camino”, asegura Gómez Peña. En ese sentido, la psicóloga comenta que la autonomía hay que ir dándosela “según veamos que van cumpliendo con lo pactado. Por eso no responde a una edad concreta”.
Y sí, es normal que dé miedo que metan la pata, que se equivoquen y se arrepientan de algunas de sus decisiones. Pero, como afirma Al Azem, se debe confiar en la educación que les hemos dado desde la infancia. Solo si no se ha generado una buena base “comenzaremos a tener dudas o miedos que nos lleven a la necesidad de querer controlar a los hijos a todas horas. No podemos protegerles 24/7, por eso es importante que les eduquemos en la responsabilidad a través de nuestro propio ejemplo”. Gómez Peña advierte: “Cuidado con confundir sobreprotección con amor”.
Punto clave: hora de llegada
Uno de los puntos esenciales de esa relajación de normas que llega con el verano es la hora de llegada por las noches. Y ahí parece que no hay duda de lo que se debe hacer: negociar y avanzar poco a poco. “Si vemos que va cumpliendo con lo acordado en un inicio, ir cediendo cada semana aproximadamente 15 minutos hasta un límite de hora, que haya sido pactado previamente. Según vayan cumpliendo años y veamos que es más responsable, se puede ir aumentando el tiempo límite. Evidentemente, esta cesión va con una serie de normas, como saber a dónde y con quién va, especialmente cuando el adolescente es más pequeño”, propone la psicóloga.
Y si se salta la norma y llega más tarde, las dos expertas están de acuerdo en que debe haber consecuencias, pero con salvedades. Para Al Azem, antes de tomar una decisión, hay que escucharles, porque el retraso puede haberse debido a una circunstancia concreta, como “no querer dejar solo a un amigo que se encontraba mal; o preferir volver más tarde, pero acompañados o acompañadas”. Eso sí, “en el caso de que la conducta se repita de manera continuada, sí podemos establecer unas consecuencias avisadas con antelación”. Para Gómez Peña es importante que esas consecuencias estén previamente pactadas. Pero también que los adolescentes sepan que, aunque hayan metido la pata, sus padres van a estar ahí, apoyándoles y “enseñándoles por qué su elección no era la adecuada”.
¿Debe haber diferencias por género?
La mayoría de los progenitores ven más riesgos frente a sus hijas que frente a sus hijos adolescentes. Pero eso puede suponer una injusticia entre hermanos. Ana Gómez Peña lo reconoce: “La pregunta de si debe de haber diferencias entre nuestros hijos e hijas me genera cierto debate, ya que, por un lado, las chicas podrían ver que es injusto para ellas y entender que ser mujer es algo negativo, lo que les puede producir rechazo en tanto en cuanto conlleva más peligros y menos libertades”. Y añade: “Por otro lado, considero que es una realidad que las mujeres somos víctimas con más frecuencia, es por esto por lo que los padres tendrán que hacer un mayor esfuerzo educacional a la hora de advertir peligros, junto con garantías de volver acompañada o saber dónde está”.
En este sentido, Diana Al Azem considera importante que tanto chicos como chicas no vuelvan solos a casa: “A mis hijos siempre les digo que prefiero que regresen más tarde acompañados o que me llamen, sea la hora que sea. Un chico también se expone a un asalto o un ataque en grupo, así que, en mi opinión, debemos cuidar y proteger a ambos géneros por igual”.
Primeras borracheras
No hay que engarse ni ser padres de tendencia naif. Los veranos suelen ser también épocas proclives en las que los adolescenten experimentan por primera vez con el alcohol e incluso con las primeras borracheras. Es preferible no decir en alto eso de ‘mi adolescente no bebe’, antes de pillarse los dedos. Ante estas situaciones, volveremos a recurrir al comodín de la paciencia: la de esperar al día siguiente para pedir explicaciones. “Una persona adolescente que llega bebida no va a escuchar ni a integrar nada de lo que se le diga o advierta. Así que seamos pacientes, y esperemos a que esté más receptivo”, recomienda Diana Al Azem, orientadora educativa y creadora de la web Adolescencia positiva. Además, habrá que calibrar si es necesario recurrir al médico o si se le pasará solo.
Es al día siguiente cuando hay que tomar medidas, empezando por la palabra. Gómez Peña, psicóloga general sanitaria especializada en TCA y población infantojuvenil, recomienda “empezar con una pregunta abierta, ‘¿Qué pasó ayer?». «Eso facilitará que se exprese y pueda dar explicaciones, sin que le interrumpamos. Conocer los motivos y cuánto alcohol consumió es clave para darle información sobre los riesgos asumidos. Si se niega a hablar o dar explicaciones, hay que hacerle saber cómo nos sentimos, y que nos gustaría ayudarle”. La conversación debe finalizar con un compromiso por parte del adolescente de ser más responsable respecto al alcohol y pactando nuevas consecuencias si se repite dicho comportamiento.
Fuente: https://elpais.com/