Alumno superdotado

«Me trataron como un mono de feria»: la traumática infancia de un niño superdotado

  • Almudena de Cabo
  • BBC News Mundo

Javier González Recuenco se dio cuenta bastante rápido de que no era como el resto de los niños de su escuela. Esa diferencia lo convirtió durante años en la víctima de sus compañeros de clase y tornó su infancia en un infierno. Sin apoyo familiar ni educativo, consiguió salir adelante y aprender a vivir con superdotación por sus propios medios.

Ahora, con 51 años, casado y padre de tres hijas, ayuda a otros como él desde su cargo como presidente en España de Mensa, la asociación internacional de superdotados, y participando en proyectos como el documental «Las cebras», de José Reguera, que abrió recientemente todo un debate en el país europeo sobre cómo mejorar la vida de los niños superdotados y de altas capacidades.

BBC Mundo habló con Javier González Recuenco sobre su vida y aquí te contamos su historia en primera persona.

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Es terrible vivir con un cerebro en continuo funcionamiento. Yo tengo una anécdota muy curiosa.

Mis compañeros, mis socios y la gente con la que trabajamos, ya no se preocupan cuando estamos dentro de una reunión y yo estoy haciendo cualquier otra cosa con el móvil. Saben perfectamente que estoy metido en el asunto. Es como si tuvieras un exceso constante de energía o de espacio en el disco duro y es terrible.

Es como una especie de musaraña que está constantemente dando vueltas en una rueda. Y que no se para.

Poner la mente en blanco es muy complicado. Es como si tuvieras una jaula de grillos que es caótica y que es imposible de mantener tapada por decir de alguna manera. Eso es todos los días, todo el tiempo. Cuando te duermes, lo que sucede es que tu cuerpo colapsa físicamente. Pero no es que hayas logrado una paz mental.

No hay truco alguno para gestionarlo. Pero tampoco puedo decir que sea un infierno. Te acostumbras y ya está. Eso sí, tienes que rodearte de gente comprensiva. Tienen que entender que tú haces esas cosas de manera inconsciente.

La gente se sorprende cuando ve que parece que estás distraído o haciendo otra cosa. Normalmente tienes que tener cuidado de tener unos básicos de cortesía humana, porque a la gente le gusta que le mires a los ojos, tener la sensación de que tiene toda tu atención. La línea entre las altas capacidades y el asperger, el autismo es bastante fina.

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Infancia

De niño no era consciente de ser superdotado, aunque empecé a ver signos raros. Me retiraron de donde estaba haciendo parvulitos [infantil, de 3 a 5 años] y me pusieron a leer con los de segundo de EGB (7-8 años). Me sabía todos los nombres y apellidos de mis compañeros de clase. Hay una serie de cosas que cuando tienes esa edad no le das importancia, ni tienes conciencia de ello.

Con este nivel de repollez mi infancia fue bastante terrorífica. Hago mucho trabajo pro bono para padres de hijos con altas capacidades, porque a mí me hubiera gustado mucho que alguien lo hubiera hecho con mis padres. Yo nací como una especie de alienígena. Mis padres son dos personas, de dos pequeños pueblos de Cuenca (centro-este de España). A todos los efectos hubiera dado exactamente igual si hubiera bajado de un platillo volante.

Después de dos años en Madrid, estuve tres años en el pueblo de mis abuelos, Valera de Abajo, en Cuenca. Un pueblo de 2.000 habitantes. Allí, de alguna manera lo pasé bien, a pesar de que ya empezaba a tener problemas, porque evidentemente ya había una especie de cosas raras como sacar todo sobresalientes o como organizar la biblioteca del colegio.

Salí de allí sin ningún tipo de formación física y aterricé con 12 años, en 1982, en un colegio de Madrid con una fortísima jerarquía basada en la educación física, el colegio Valdeluz.

Yo comento siempre que hay dos momentos críticos en las infancias de los niños superdotados. Uno es cuando aprenden a montar en bicicleta. Aprenden a montar en bicicleta tarde porque están acostumbrados a que cualquier cosa que hacen la hacen bien inmediatamente.

Sin embargo, la bicicleta es la primera cosa a la que tienes acceso cuando eres pequeño y que implica una serie de cosas como coordinación, equilibrio… que no tienen que ver con tu capacidad mental.

La inmensa mayoría de ellos, lo prueban una vez, se caen, lo prueban otra vez, se caen y a la segunda caída dicen que no les gusta montar en bicicleta, porque lo que no les gusta es sentirse incompetentes, porque no están acostumbrados.

El otro momento crítico es cuando empiezan a aparecer los trabajos en grupo. Hay un momento dado en el que se empiezan a encargar trabajos en grupo y este tipo de chicos ven el trabajo de sus compañeros y no se lo pueden creer. Piensan que es una especie de broma o algo por el estilo.

No es muy complicado entender que esto degenera en que no te terminas de convertir en la persona más popular de la clase. Luego, si además tienes un poco de mala suerte o no eres particularmente atlético o no tienes de alguna manera una serie de cosas que compensen, tu infancia puede convertirse en algo muy complicado. Ese fue mi caso.

Acoso en el colegio

No tuve la sensación de ser diferente hasta que no llegué a Madrid en esta segunda etapa. En ella me di cuenta de que era diferente por las malas. Es cuando empieza el bullying salvaje, cuando empiezan los insultos, las agresiones.

Fue bastante duro. En esos momentos te sientes muy mal. Tienes la sensación de que tus padres no se enteran de nada. Le daba las notas a mis padres, me daban un beso en la frente encantados y yo lo único que pensaba era en tirarme debajo del siguiente autobús. Cuando tienes esa edad el colegio es toda tu vida y si el colegio es un infierno, toda tu vida es un infierno.

A lo largo del tiempo mejoré desde el punto de vista físico. Con 14 años no destacaba, pero no era el saco de patatas que era cuando llegué. El problema es que hablaba de una manera muy afectada. Tenía una voz de pito. Era un repollo. Te pillan por cualquier cosa, porque te huelen diferente.

A pesar de todo, soy muy contrario a estas narrativas victimizadoras de la superdotación, porque hay un mucha gente a la que le va fenomenal, o tiene la suerte necesaria para integrarse bien. La vida de la superdotación no tiene por qué ser un mar de dolor. Pero yo lo pasé muy mal, porque el resto de los niños veía que yo era diferente.

Cuando llegué a los 15 años, crecí 15 centímetros en un año y de pronto me di cuenta de que la violencia funcionaba. Es triste, pero es así. Descubrí que si he sido el mejor, ahora voy a ser el peor.

Decidí que la violencia era un buen criterio y la gente se dedicó a buscar otras piezas más fáciles. De sufrir un bullying salvaje me convertí en una especie de líder de un grupo de gente bastante complicada.

No soy el único con esta experiencia terrorífica. A mi amigo íntimo Pepe Beltrán, que está conmigo en la junta directiva de Mensa, le salvó la vida un profesor cuando entró en medio de clase cuando el resto de compañeros le estaban colgando con el cordel de la persiana.

Digamos que para algunos de nosotros, la adolescencia es un sitio lleno de malos recuerdos, porque la gente rápidamente identifica al diferente. Al menos eso sucede con los chicos, no tengo muy claro cuál es la dinámica, por ejemplo, con las chicas.

Afrontar la superdotación solo

Cuando me estaban haciendo bullying nunca busqué el apoyo de los profesores o de mis padres. Con el tiempo lo he entendido. Tenía la sensación de que no hubieran entendido absolutamente nada por lo que estaba pasando. Lo mismo con los profesores.

No sé por qué fue así. Creo que tenía muy interiorizado que no iba a obtener ningún tipo de ayuda de ninguno de ellos. O sencillamente no me atrevía o me daba vergüenza reconocer que estaban abusando de mí. No lo sé, es un conjunto de cosas.

Tampoco llegué a hablar nunca con nadie de mi intención de tirarme debajo de un autobús. ¿Podría haber acabado debajo de las ruedas de un autobús? Sí, sin duda.

A pesar de todo, mis padres sí se daban cuenta de que era diferente, pero yo era para ellos como una especie de mono de feria. Era de estos niños que hablaban muy bien, muy articulado. Era capaz de recitar muchas cosas de memoria. Mis padres estaban encantados. Era muy buen estudiante, no daba problemas. Tampoco les conté nada de lo que pasaba en el colegio, si somos justos.

Nunca he tenido una conversación abierta con ellos al respecto, porque durante mucho tiempo fue algo que me dolió mucho y no era capaz de procesarlo. Ahora que ya soy capaz de procesarlo, no sé…

Con mi hermano tampoco hablé nunca de lo que estaba pasando en la escuela. Sé que puede sonar raro. Pero este fue un proceso que hice solo. Yo era dos años y medio mayor que él. Cuando ya pudimos hablar de este tipo de cosas ya teníamos 20 y 17 años respectivamente. Ya lo había dejado todo atrás. Hablé con él cuando ya lo había procesado todo.

Mi padre es una persona que no lee nada, pero tiene una afición muy curiosa a comprar libros. Una de las cosas a las que estuvo suscrito durante mucho tiempo fue a unos libritos pequeños que traían extractos de otros artículos que venían en otras grandes publicaciones. En uno de ellos había un artículo sobre Mensa y yo lo leí con 12 años, pero en ese momento no hice la conexión mental.

No hice clic con todo lo que me estaba pasando hasta que no llegué a la universidad. Porque mi bachillerato, si bien pasé sin problemas año tras año, lo hice muy mediocremente porque estaba muy ocupado siendo una especie de malote de calle.

Cuando entro en la facultad raspando, ya no había nadie allí a quien convencer de nada y me pude centrar única y exclusivamente en mi tarea. Me saqué la carrera de ingeniería informática por la gorra y luego hice otra carrera más, Administración de Empresas; ésta a distancia.

Madurez

Mi padre era una persona que había tenido un montón de oficios de lo más variopintos hasta que consiguió entrar en Telefónica. El sueño de mi padre de toda su vida era que yo trabajara en Telefónica.

Cuando estaba en primero de carrera, una tarde me dijo: «Oye, Javier, esta noche no vengas muy tarde, ni muy borracho, porque mañana tienes una oposición». Tenía 18 años. La oposición a la que me había apuntado era de ayudante de informático.

Desde los 12 años ya me había metido, posiblemente huyendo de la realidad, en todo lo que tenía que ver con los primeros ordenadores personales que llegaron a España. Me presenté a la oposición con 18 años, en primero de carrera. Se presentaron unas 10.000 personas y saqué una posición en torno a los primeros 50.

Me di cuenta de que ir a Telefónica me daba acceso a todos los ordenadores que quisiera y mantuve el trabajo. Estuve unos años dentro de Telefónica, donde además fui uno de los fundadores de Telefónica Data en 1995. Después, en 2002, monté una start-up.

En la oficina me convertí en una especie de mascota rara, porque tenía 19 y 20 años, y entendía los ordenadores como si fueran una segunda piel. Mientras que el resto de la gente que estaba ahí, que eran ingenieros de telecomunicaciones con 40 o 50 años, no habían tenido acceso ni estaban tan cómodos como yo.

Ahí creo que fue cuando tomé conciencia de que esto podía tener algo que ver con el artículo aquel que había leído cuando tenía 12 años y conecté los puntos. Busqué si había algo así en España y resulta que llevan aquí desde 1984. Es entonces cuando decido presentarme a Mensa, donde hice los test y entré en 1992.

En Mensa entré cuando ya había hecho mi via crucis particular. Ya lo había procesado. Este fue un proceso absolutamente autónomo. Lo mismo que llegué a donde llegué y lo interioricé y lo digerí, me podía haber perdido en cualquier momento. Me podría haber tirado debajo de un autobús, me podría haber dado a las drogas, me podría haber dado al alcohol.

Tengo tres hijas, de 14, 13 y 7 años. Una seguro que tiene altas capacidades y las otras dos es bastante posible.

Necesito que sean niñas y se desarrollen emocionalmente. Pero yo hablo mucho con la que seguramente sea superdotada. Es importante que entienda que ellos son más y que los que nos tenemos que adaptar somos nosotros.

Si yo hubiera tenido alguien como yo, me hubiera ahorrado muchísimos problemas.

Y aun así ella tiene problemas de integración y otros problemas a la hora de hacer cosas, porque nos cuesta mucho la empatía básica para poder funcionar en dinámicas de grupo. El grupo funciona a una velocidad y tú a otra. Eso genera siempre roces. Pero no tiene el nivel de desamparo y de falta de comprensión de lo que ocurre que tenía yo. Ahí ella tiene bastante ventaja.

Fuente: https://www.bbc.com/